18 sept 2016

Carta a José Revueltas Sánchez


Xitle, agosto – septiembre de 2016.

Estimado José Revueltas,

He sabido que murió usted con su enorme espíritu deprimido y al borde de muchas enfermedades. ¿Es cierto eso? ¿Acaso puede el más insumiso y extraordinario de los escritores libertarios deprimirse y dejarse ir? No es un juicio. Solo una duda existencial o una renuencia a creérmelo. Puedo comprender que este mundo mata de tristeza a los ejemplares más sensibles y conscienceros [sic]  de la especie humana.

Maestro, con el inmenso respeto que usted me provoca, me permito escribirle una carta, aunque al terminarla, aun no sé a dónde voy a enviársela. Usted no concebiría recibirla en algún cielo y al infierno no puedo mandarla, pues además de que no existe tal lugar en los códigos postales, sólo sus enemigos ideológicos o los envidiosos de su arte, podrían suponer que ahí se encuentra usted, pagando la culpa de haber sido un escritor tan sin agente editorial, un escritor tan lúcido, digno y original. Y la culpa de ser reconocido silenciosamente, como con freno, muy a pesar de sus críticos, copistas y detractores, como el mejor escritor del siglo XX en México. Pero bueno, el asunto es otro: ¿cómo le hago llegar mi carta señor escritor?

No creo que alguien se interese en publicarla, ya que mi nombre no figura en la sociedad contemporánea de escritores ni de becarios, y usted podría leer mi carta publicada en algún periódico de izquierda famoso, lo malo que no conozco a nadie en ese medio… chale. ¡Tengo la solución! La autonomía editorialera [sic], sí, con un libro sin registro en Amazon, ni fila de espera en Random Hause, podré ¡qué alegría! hacerle llegar a usted esta carta mediante una publicación hecha por una editorial independiente y casi inexistente (de la que por cierto formo parte). Sé que a usted el origen insípido y doméstico del libro no le va a importar (he leído que usted financió la publicación de su primera novela, Los muros de agua, en 1941), aunque espero le agrade el resultado final de la edición de este librito que ahora mismo lee. Por otro lado, sospecho que algunas de las cosas que quiero contarle no le van a producir sorpresa, dada la repetición hilarante de la barbarie. Sin embargo, siento este impulso por buscarlo, yo quiero mirar dentro de sus ojos Revueltas, constatar esa nobleza de persona que se deja adivinar tras de su trabajo… Pero bueno, sin más preámbulos balconeadores, aquí le va mi carta entonces.

Maestro Revueltas: No quisiera que estas letras se parecieran a otras de otros. Me voy enterando que montón de gente ha escrito sobre usted y sobre su obra. No quiero copiar estilos, pero no tengo uno propio. Yo pierdo todos los concursos literarios a los que mando mis escritos. A usted le robaron su opera prima aun en borrador en el tren de Guadalajara, nunca la recuperó y siguió escribiendo. Esa anécdota me alienta a no achicopalarme y seguir intentando publicar. Pienso que escribir debe llevarnos a algún lugar. Sí, como usted dijo, escribir es un acto de libertad, la escritura debe ser respetada, tomada en serio por el escritor, pero no a personal: la escritura es un don social, a nadie pertenece, es como el habla, es de todos. La escritura es un regalo del jaguar que en la piel lleva los signos primigenios. Los escritores artistas como usted, no son los que complacen, ni los que venden la literatura, ni los que distraen o entretienen, sino los que dicen aquello que es de todos porque es memoria, pero lo dicen a su manera, a según lo que les pasó en su vida. Los escritores que responden a ese oficio de artistas, son los que viven en la esfera de su historia, no en la esfera de su eguito, los que alcanzan a entender que la literatura es praxis. De tal suerte, ésta es la carta más difícil de mi vida; en tiempos de mensajes electrónicos y emoticones, escribir una carta dirigida a un cartero conocedor de todos los domicilios de la palabra, es para mí, una alta responsabilidad, aunque también es una osadía. ¿Cómo escribirle a un escritor tan poeta? ¿Qué decirle y para qué?

Tampoco quiero ser solemne. Simplemente, le escribo una carta porque me da miedo acercarme a usted y decirle de frente el mensaje que tengo que darle. Ya antes me he hecho amiga, o medio novia de otros escritores muertos, pero con usted no me atrevo, me inhibiría. Los que lo conocieron bien, dicen que usted era muy humilde o transversal en su trato con los demás. Dicen que era amigo de Pablo Neruda y que usted, por respeto, nada respondió al poeta austral, cuando este lo cuestionó por su novela Los Errores. Dicen que usted no era engreído a pesar de saber que era un genio. En eso nos identificamos usted y yo, digo, en lo igualitarios, no vaya a creer que soy una igualada en lo genial. De todos modos, no creo que me fuera yo a atrever a abordarlo a usted en alguna esquina del capítulo tres de su novela Los errores, publicada cuatro años antes de que yo naciera, en 1962. Novela que por estos días estoy leyendo con cada vez más asombro. Sus estudiosos dicen que Los errores es la mejor. También leí que a causa de la publicación de esta obra usted fue expulsado del Partido Comunista Mexicano, y eso, en todo caso, me parece un hecho fascinante, que lo desmarca de toda postura rígida, vertical, estalinista a la época, y lo define como libre pensador, luchador congruente y autocrítico, que no persiguió poder ni protagonismo. Libre pensador que cuestionó el orden de las cosas y por eso fue a parar varias veces a prisión, incluso estuvo un par de veces en las Islas Marías. Acabó en la cárcel por decir, por pensar, por apoyar a los estudiantes en el 68, por izar una bandera rojinegra en pleno Zócalo de la ciudad de México. Su sobrina, una profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dijo en un programa acerca de su vida y obra, que, aun sin haber pasado demasiado tiempo ahí dentro, usted salió de Lecumberri vuelto un viejito.

Sin embargo, usted escribió en la cárcel y sobre la cárcel, ese lugar donde estamos encerrados como monos. Usted escribió siempre con arte y al mismo tiempo, con entendimiento de la realidad social, siempre asumiendo la responsabilidad de sus actos, sin miedos ni tibiezas acomodaticias, sin autocensura. Una actitud vital que debe reconocerse como honesta, clara y ejemplar.

De todos sus biógrafos, críticos y analistas, lo que más me ha gustado leer por erudito y sincero, es un texto de José Agustín, otro prolífico escritor mexicano, publicado en 1967, cuando usted todavía vivía. Es un ensayo titulado Epilogo… incluido en un libro de recopilación de la obra de José Revueltas, en el tomo II, y que retoma Álvaro Ruiz Abreu en su antología de textos sobre su obra, titulado Revueltas en la Hoguera, publicado, supongo que a propósito del centenario de su nacimiento, el año ante pasado, por ediciones Cal y Arena.

José Agustín, un tocayo amigo y colega suyo, en quien confío después de haber leído mientras escribía mi tesis en la Tarahumara, su gran novela, Ciudades desiertas (1982), opina que usted, junto con Cortázar, es el mejor cuentista de Latinoamérica entera y que Dormir en tierra, es sin duda el mejor libro de cuentos que se ha escrito en México. Opina también que sus novelas El luto Humano y Los errores son obras maestras de la literatura en lengua española. Yo coincido, aunque es obvio que aún no he leído toda la literatura que se ha escrito en este idioma que por herencia colonialista es nuestro idioma. Pero leer esas novelas referidas líneas arriba, es un viaje fantástico y escalofriante que no creo que ninguna traducción a otro idioma pueda traducir y que ningún lectoviajero debe perderse. Agradecí que mi lengua materna sea el español, de la que muchos años renegué, porque así puedo leer a mis anchas novelas como las suyas, y juntarlas en mi mente con la de Don Quijote, por ejemplo.

Don José Revueltas:

Esta mañana he ido a un café literario de San Ángel para encontrarme con usted. Lo esperé en una mesita bajo la copa de un árbol, un trueno. Leí mientras tanto tres capítulos de su novela El luto humano, que fue publicada en 1943, año en que esa novela ganó un importante concurso literario. Parece una fecha de la prehistoria, pero no es tanto tiempo hacia atrás. Una persona que haya nacido ese año del 43, ahora mismo puede estar vivita y coleando con 75 vueltas al sol. ¿Por qué escribió esa novela don José? ¿Por qué hablar del luto de unos indios mexicanos con ojos como piedras, que no saben que están muertos, que fueron asesinados en sus esperanzas de hacer una huelga y dirigir ellos sus vidas, que huyen de la muerte pero van hacia ella, que velan a su muertita en un pueblo que murió primero? Yo creo que usted era un clarividente incomprendido y pudo percatarse desde muy temprano de que los revolucionarios habían sido derrotados, que los indios, los zapatistas, los campesinos, no habían ganado la tierra ni la libertad por la que lucharon desde 1910 y finalmente serían enterrados vivos bajo las órdenes de un General. Usted miró a México como un país de muertos caminando. Lo hizo en una época en la que la Reforma Agraria parecía una política transformadora y miles de hectáreas fueron repartidas, por efecto de las políticas cardenistas, en ejidos y comunidades por casi todo el país a los pobres de este suelo. Ni siquiera había cumplido 30 años cuando usted escribió esa obra de arte que preconizaba el luto de los pueblos y de los Natividades y las Cecilias: la derrota de los trabajadores.

Lo esperé en esa mesa con el secreto deseo de que no llegara usted por mi propio bien y, los dos lo sabemos, usted no llegó nunca. Pero llegará algún día ¿cierto? Para disimular mi ansiedad tras dos cafés clavada en la lectura de su libro, guardé El luto humano y saqué de mi morral una edición de bolsillo de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, publicado por el Fondo de Cultura Económica, librito que esa mañana me prestó Denise. Quería abanicarme un poco con él, pero me puse a leerlo. A diferencia de El luto humano, la novela de Pedro Páramo, publicada en 1954, es de lectura ligera y picante. También habla de los muertos en un país de la muerte, pero carece de la belleza o la fuerza pétrea de la escritura suya y ya ni subrayarlo, carece de la dimensión histórica del México profundo que usted retrató en sus libros con ese mismo nombre. ¿Qué pasó por su cabeza cuando una novela como Pedro Páramo, inspirada sin decirlo en El luto humano, cobró éxito y reconocimiento mundial? ¿Cómo lograr la aceptación de que las ideas son de todos, o de que ser una persona de ideas originales implica que otros se las apropien y se pretendan ellos los originales? ¿O cómo aceptar y celebrar simplemente que las ideas se contagian, que también hacen camino al andar, que el Tzompantli fue primero? Pagué mi café y quité la cafetería.

José querido,

¿Me permite queridearlo [sic]? Le escribo ahora porque hoy rescaté de unas cajas guardadas hace años en casa de mi madre, muy empolvadas, mi colección de cartas recibidas por correo durante algunos años de mi juventud. Han de ser unas 200 cartas escritas a mano, papel antiguo, con sello postal y timbres de colección algunos, mi dirección, un remitente lejano, algún novio, la era pasada. Y de pronto cada remitente que fui revisando me trajo un recuerdo de algo muy primitivo, la vida de estudiante, el trabajo de campo, la certeza veleidosa de la victoria contra el imperialismo, última premodernidad de los años ochenta’. Justo la década que usted ya no vivió, la misma década en que caducó oficialmente un animal endémico llamado Revolución Mexicana y nos volvieron neo liberales. Y me acordé de usted José, de la carta que le estoy escribiendo. Así que volví a mi escritorio.

Seguí leyendo sus libros, logré vencer los obstáculos infinitos y retomé la lectura una y otra vez. A pesar de quedar atónita y espantada y querer escapar de sus novelas, siempre regresé. Aunque en el inter requerí hacer lecturas de tipo más ligth, para sacudirme sus imágenes grotescas y cinematográficas, fue inevitable, siempre regresé a sus libros porque en ellos se encuentra uno la belleza y la conciencia combinadas. También porque me sorprende su iluminación mi querido José, su manera de mirar a México, de implicarse en los hechos, su conocimiento vivencial de la historia y su claridad de saber que lo sabe. Por eso quería escribirle esta carta, para contarle algo importante: que la Esperanza tiene otro nombre, ahora tiene un nombre secreto de combate y su plantita prendió como botón florecido por los campos y las calles. Que ya se esparce por los planetas la floración de nuestra esperancita, la misma que albergó su enorme corazón: la esperanza de los pasos congregados, la alegría del silencio que habla.

Quiero hacerle saber que descubrimos que no estamos muertos. Que despertamos de la muerte tras el llamado a la insurrección, que hubo una fecha en el calendario que marcó el símbolo de los que corazonamos [sic] y es la del 1 de enero del año de 1994 y que hubo una geografía: Chiapas, que iluminó las múltiples geografías continentales. Decirle que no es consigna ni mito que Zapata vive y que la lucha sigue. Yo todo esto quiero contarle José, que usted nunca estuvo solo. Que en este momento yo leo sus palabras y siento con usted ese dolor de sollozos eternos. Es un dolor que sigue vivo, él si más vivo que nunca ese dolor, el dolor de la tierra y de las madres, el dolor por la muerte de su semilla germinada. Entonces, fue otra fecha en el calendario: la del 26 de septiembre de 2014, en un lugar llamado Ayotzinapa. Ahí sí, mutamos. Después de esa noche, no hubo vuelta atrás, de tanto dolor, el muerto despertado que éramos, al fin resucitó.

Sí José, le vengo a comunicar con esta misiva que aquí sigue la yunta andando y que usted es uno de los fecundadores de esta actual revolución que no parece tener cuerpo definido de ningún animal conocido entre las especies como entre los alebrijes. Y sin embargo, movemos el esqueleto, estamos haciendo la revolución… claro, ahora esa palabra está desprestigiada, sobre todo desgastada, institucionalizada. Lo de hoy es algo sin nombre, aun en gestación, usted es ese ojo solitario en medio de la noche, irradiando unas ideas que hasta hoy alcanzamos a comprender y que nos dan pistas y claves para inventar la nueva palabra-práctica del porvenirahora.

Usted me dará la razón porque es capaz de sentir la naturaleza de lo auténtico, porque, según su propio verso, usted tuvo la juventud llena de voces, de relámpagos y de arterias vivas… No podemos estar equivocados, esta lucha es por la vida, no por un Estado o un poder o un cacique, sino por la vida de todo lo vivo que hay en nuestro mundo. Y aunque no estamos muertos, somos invisibles. En la guerra de hoy, la que venden y fomentan los imperios armamentistas, los enemigos son pura retórica ideológica, son tan solo parte de las películas de Hollywood y del discurso político de la cúpula de Washington, pero no son parte de los juegos reales de poder de los beliócratas [sic]. Los pueblos organizados ya no somos los enemigos del capitalismo, pero si hay un enemigo para los pueblos y ese enemigo es la guerra. Y la guerra es nuestro sistema mundo; la guerra mueve la economía y hoy, todos somos el enemigo en cierto sentido, porque participamos de la economía de guerra, aun en pequeñísima escala. Al menos una chispa capitalista incendia una molécula de aire dentro de nuestro cuerpo y nos hace creer que este estado vegetativo es la onda y vacíos y amargados, nos convertimos en enemigos de nosotros mismos.

Usted me dice que la tenemos difícil porque el enemigo externo ha muerto y ya no nos podemos hacer patos. Hoy, el enemigo no es más que un objeto de consumo para los noticieros del horario estelar. Hoy un nazi hace legítima campaña electoral por la presidencia gringa y el gobierno mundial le permite el desplante de venir a México a sostener reunión privada con quien atiende en Los Pinos. Que diría usted si viera que hoy el capitalismo transforma en mercancía hasta las luchas anticapitalistas, que las identidades se compran, que han clonado al pensamiento crítico y le han puesto código de barras. Qué pensaría José de que hoy, las armas y las drogas son las mercancías más lucrativas de las democracias, que los muros cotizan en la bolsa, que los fascistas se reivindican autónomos y quieren represión libre de Estado. Camarada Revueltas, en las primeras décadas del siglo XXI, o nos escapamos por entre las grietas o dejaremos de existir.

Sí que la tenemos difícil maestro, pero aquí estamos, como diría John Holloway, viviendo en un mundo que todavía no existe. Aquí estamos los muertos que aprendimos a besar, como un libro salvado del mar, parafraseando una canción de Silvio. Aquí estamos los muertosrenacidos sin más defensa que las palabras sintetizadas en la rebelión. ¡Existimos! Usted no está solo en su muerte triste José Revueltas, ya se lo dije. Aquí hay muchos ojos y palmas de mano. Nos reconocemos. La muerte está enamorada. Usted está con nosotros.

Pepe,

Espero que no te moleste si te hablo de tú. José, desde que te leo, te veo por todas partes, en el nombre y los renglones de algún poema de José Emilio Pacheco, en la primera frase de una novela chingona de Roberto Bolaño, en los relatos sobre la identidad nacional de varios escritores laureados. Los mexicanos somos revueltianos aun sin saberlo, y no solo en la literatura, también en la imaginación musical. Los escritores mexicanos y aun ciertos latinoamericanos del boom, son revueltianos, aun sin quererlo, o sin decirlo, o sin haberte leído, vaya. Descubrir esto me tranquiliza y me precipita a seguirte escribiendo tras leerte José Revueltas. Decirte que ayer pensé en llamarte, mientras caminaba yo entre magueyes, en la última frontera chilanga de comuneros de San Bernabé, en lo más alto de un cerro alto. Quiero platicarte lo que aprendí en la cumbre, que hace algunos 100 años, los familiares de los milicianos que lucharon bajo bandera zapatista en la Revolución, poblaron estas cadenas montañosas de Los Dinamos en una orilla de la ciudad de México. Muchos de esos campesinos urbanos fueron tlachiqueros y harta gente venía de lejos, buscando el buen pulque de estos comuneros. Hoy solo queda uno solo, don Chalío, el único ermitaño que raspa los magueyes y produce orgulloso la bebida de los dioses antiguos en medio de la subasta de las tierras y la privatización del agua más dulce que existía. Y quiero hacerte notar que resistencias hay y muchas, por todos los rumbos de este país. Nos van a partir la madre. Quizá lo sabemos de antemano. Pero como te decía renglones antes, la Esperancita ha crecido, imagínatela con un pasamontañas de las montañas de Chiapas. Chaparrita y muy flaca. Su mirada es definitiva, inteligente, los ojos rasgaditos. Adentro la vida. Destellan. Esos destellos del color de la tierra, nos pusieron a germinar en lejanas latitudes la posibilidad de la revuelta. ¿Cómo podríamos no ser parte del movimiento de unos poetas que nos comparten su lucha de maíz y tortillita? Sí, yo te veo entre ellos José, los zapatistas de Chiapas: humanoas lanzando versos, luces, bengalas, ideas y dignidad, cubiertos los rostros para ser vistos, destellando. Te vi y sentí deseos de seguirte y de seguirte escribiendo. Pero esto es todo. Ahora me despido José, solo me queda contarte que el otro día escuché tu voz, un pequeño reportaje que encontré con google, sobre tu hermano Silvestre, en el que en un fragmento tú lo recordabas y hablabas sobre su música. Eras tú mismo, como en las fotos icónicas de ti mismo, de lentes con grueso armazón, con el pelo lacio y larguito y la barba bicolor que acariciabas constantemente. Pero tu voz era nueva para mí que nunca antes te había escuchado con atención. Tu voz no correspondía a la imagen acústica que me había hecho de tu manera de hablar, tras buscarte delirantemente en tu manera de escribir. Supe por el tono bondadoso de tu voz, que algún día, cuando acudas al café en el que estaré leyendo tus poemas publicados post mortem, podré abordarte sin temor a interrumpir tu paso, con tal de que me dediques algunas miradas y sonrisitas como canto irrevocable.

Y bueno, para cerrar con alguna frase muy mexicana te digo: Gracias por todo maestro, por tu ejemplo, por escribir como si rezaras, por estar aquí, tú también, muerto de vida eterna, amén a tu literatura que es camino y es historia.

Con amor, Ana Potentino.


Fotografía de José Revueltas.