En una oportunidad le
preguntaron a Gabriel García Márquez si había sido su abuela la que le hizo
descubrir si iba a ser escritor. Respondió: “No, fue Kafka que, en alemán,
contaba las cosas de la misma manera que mi abuela. Cuando yo leí a los
diecisiete años La metamorfosis, descubrí que iba a ser escritor.
Al ver que Gregorio Samsa podía despertarse una mañana convertido en un
gigantesco escarabajo, me dije: “Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero
si es así, escribir me interesa… Comprendí que existían en la literatura otras
posibilidades que las racionalistas y muy académicas que había conocido hasta
entonces en los manuales del liceo. Era como despojarse de un cinturón de
castidad”.
Por cierto, la abuela
de García Márquez, jamás leyó a Kafka, pero, según el narrador colombiano, le
“contaba las cosas más atroces sin conmoverse como si fuera una cosa que
acabara de ver. Descubrí que esa manera imperturbable y esa riqueza de imágenes
era lo que más contribuía a la verosimilidad de sus historias. Usando el mismo
método de mi abuela (y de Kafka, habría que agregar), escribí Cien años
de soledad”.
García Márquez no es
el único escritor que expresa de manera tan clara lo determinante que la
lectura de Kafka ha sido en su vida. Se podría llenar un voluminoso libro con
opiniones semejantes. Es que la importancia del escritor checo es fundamental
en la literatura de nuestro siglo.
Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883 en Praga, en el seno de una familia judía. Los Kafka, que en checo significa corneja (1), eran originarios de Bohemia meridional, pero habían adoptado la lengua alemana al radicarse en esa ciudad Hermann, el padre de Franz. La madre de Kafka, Julie Löwy, pertenecía a una familia alemana judía culta, entre cuyos miembros se contaban sabios y artistas, médicos y abogados. En cambio, la familia paterna se había caracterizado por una incesante lucha por sobrevivir.
Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883 en Praga, en el seno de una familia judía. Los Kafka, que en checo significa corneja (1), eran originarios de Bohemia meridional, pero habían adoptado la lengua alemana al radicarse en esa ciudad Hermann, el padre de Franz. La madre de Kafka, Julie Löwy, pertenecía a una familia alemana judía culta, entre cuyos miembros se contaban sabios y artistas, médicos y abogados. En cambio, la familia paterna se había caracterizado por una incesante lucha por sobrevivir.
Franz se sentía como
el desventurado heredero de los rasgos contradictorios de las dos ramas de su
familia. En su Carta a mi padre, se define como “un Löwy con un
cierto fondo Kafka que, precisamente, no se halla ya estimulado por esa
voluntad que impulsa a los Kafka hacia la vida, la conquista, los negocios,
sino por un aguijón Löwy, cuya acción, más secreta, más tímida, se ejerce en
otra dirección y hasta, con frecuencia, se interrumpe por completo”.
La infancia de Franz
fue solitaria, sólo a cargo de institutrices y criadas indiferentes. Sus padres
estaban demasiados preocupados del negocio. La figura del padre, tan presente
de una u otra manera en toda su literatura, se transformó en una suerte de
déspota familiar, caprichoso y autoritario. “Adquiriste ante mis ojos ese
carácter enigmático que tienen los tiranos cuyo derecho no se fundamenta en la
reflexión, sino en su propia persona”, escribe Kafka. Pero a pesar de ese
conflicto, no llegó a abandonar el hogar paterno, salvo casi al término de su
vida cuando se instaló en Berlín hacia 1923.
En 1901 inició sus
estudios en la Universidad alemana de Praga. Estudios de química (quince días),
estudios germánicos (seis meses) y, finalmente, estudios de derecho,
doctorándose en 1906. Al año siguiente, ingresó a trabajar en una compañía de
seguros. Desde el comienzo, se sintió atormentado por la imposibilidad de
conciliar su profesión con su vocación de escritor. No obstante, esa
experiencia desempeña un papel de primera importancia en la visión del mundo
social que entrega su obra. Al participar de una organización moderna y
jerarquizada, puede observar el funcionamiento absurdo, mecánico e
irresponsable de una burocracia que agobia al ser humano, hecho que se hace
evidente en sus novelas El proceso y El castillo.
Por otra parte, le permite conocer de cerca la vida desamparada de los obreros,
la miseria, tanto material como espiritual, que también está presente en su
literatura, en La metamorfosis, en América, por
ejemplo.
Hacia mediados de
agosto de 1912, en casa de su íntimo amigo Max Brod, Franz Kafka conoció a
Felipe Bauer (“F.B”), llamada “la berlinesa” por sus amigos. Con ella
establecerá una conflictiva relación por más de cinco años que lo marca
profundamente. Por un lado, siente un ardiente deseo de casarse; por otro, la
posibilidad le provoca lo que él mismo llama “el mayor espanto de su vida”. En
su cuento “La condena”, escrito durante la noche del 22 al 23 de septiembre del
mismo año, parece presentir el fracaso de esa relación. Pero Felice será un
fantasma casi permanente en su vida.
En 1913, Kafka
publica sus primeros libros, Contemplación y El fogonero.
Este último se transformará en el primer capítulo de su novela inconclusa —como
todas las demás— América. Se lo lee a su padre, “que me escucha con
la más extremada repugnancia”. Después siguieron La metamorfosis, La
condena, En la colonia penal, Un médico rural y Un
artista del hambre. Fue todo lo que publicó en vida.
A comienzos de
septiembre de 1917, Kafka consulta a un médico a instancias de Max Brod. Se
comprueba la existencia de una enfermedad pulmonar que podría ser tuberculosis.
Lo es. Durante los pocos años que le quedan de vida escribirá y padecerá. Tiene
un tormentoso amor con Milena Jesenská, su traductora al checo, quien le obliga
a romper el compromiso con su segunda novia, Julia Wohryzek. Proyecta ir a
Palestina, pero “se trataba de una fantasía como puede tenerla un señor que
está convencido de que no abandonará jamás su cama”. En julio de 1923 pasa las
vacaciones en Müritz, sobre el Báltico. Allí conoce a Dora Dymant, una muchacha
judía de dieciocho o vente años, quien, al convertirse en su compañera, iba a
traer al último año de su vida la felicidad y la paz. Juntos se instalan en
Berlín, pero la enfermedad avanza. Deben regresar a Praga.
El martes 3 de junio
de 1924 murió Franz Kafka. Está enterrado en el cementerio judío de Praga. Su
fiel amigo Max Brod no cumplió, para mayor gloria de la literatura, con su
petición testamentaria de que quemara todos sus papeles. Quizás no lo hizo
porque sabía que su amigo sufría de “esa espantosa inseguridad de mi existencia
íntima”.
Por Mariano Aguirre
Extraído de la “Ficha Bibibliográfica” presente en La metamorfosis y otros relatos, colección dirigida por Mariano Aguirre y coeditada por Pehuén Editores y Editorial Andina (1984). Las ilustraciones corresponden a Franz Kafka (goo.gl/JDe7iG). Digitalizado y preparado para el internet: Por Ignacio Andrés, 2018
Notas
1.
La corneja es un ave similar al cuervo, que se encuentra en la mayor parte de
Europa y norte de Asia. Adaptable, bulliciosa y extremadamente acomodaticia, la
corneja es una de esas aves a las que siempre precede una injustificada mala
fama, acusadas de devorar las cosechas y de predar sobre las especies
cinegéticas, razón por la que han sido perseguidas durante siglos, olvidándose
su beneficioso papel como controladoras de plagas agrícolas (goo.gl/x8DPc1).