El sábado 8 de diciembre fue realizado el 2° Encuentro de talleres
autogestionados de deportes de combate. La instancia, organizada por el Club de
deportes de combate José Muñoz Alcoholado, la Escuelita Aracely Romo, el Taller
de boxeo Aukantun, el Taller de defensa personal la Juanita y Kung fu La Cerro
en toma, tuvo lugar en el Espacio Liberado El Jardín (Cerro Navia). Compartimos
un manifiesto emanado de los colectivos antes citados y que circuló de forma
previa al encuentro:
Las artes marciales son la expresión
viva de una doble resistencia, una resistencia cultural y fáctica de muchas
comunidades con otras lógicas sociales, valores, formas de ver la vida y la
naturaleza. Si viven hasta el día de hoy es porque trascendieron de alguna
forma. La defensa personal es la expresión actual de ello, donde la tradición
marcial y la ciencia se funden en sistemas de combate funcionales, que no
necesariamente responden a la visión y objetivos desde sus fundamentos.
El capitalismo mercantilizó, usurpó y
tecnificó hace mucho tiempo las artes marciales y la defensa personal. No es
coincidencia que las fuerzas armadas la practiquen cotidianamente para
reprimir, o dicho de otra forma, defender sus privilegios. A esto se suma
nuestro hábito de delegar la seguridad y la protección al Estado, perdiendo así
una herramienta indispensable en la formación de nuestra identidad, como
también la preservación de ésta contra cualquier obstáculo.
En la sociedad capitalista globalizada
la violencia es constante: desigualdad, injusticia y abuso de poder. La
violencia no nos gusta y más temprano que tarde seremos, si es que ya no lo
somos, una molestia para quienes nos dominan, por tanto debemos saber
defendernos. Pero cabe preguntarse, ¿somos capaces de hacerlo? ¿Qué es lo que
realmente defendemos?
La autodefensa nos da la posibilidad de
frenar y hacer retroceder el avance del capitalismo. La autodefensa abre una
posibilidad, eso lo sabemos, pero también debe ser parte activa de nuestra
praxis cotidiana en la construcción de comunidad.
Para entrenar y tener acceso al conocimiento
formal se debe practicar en una academia, que en su mayoría sino es que en
todas, exigen cuotas con valores inaccesibles para muchos. Asimismo, su
carácter competitivo exacerba la individualidad y el egoísmo. Por otro lado,
las mujeres practican aparte de hombres, quienes suelen recibir un trato
preferencial, por mencionar tan solo algunas prácticas patriarcales. Por último,
el conocimiento se entrega de manera unidireccional aprendiendo y replicando
también todos los vicios de los “maestros’’,
tan vulnerables y propensos a equivocarse como cualquiera de nosotros.
Lo anterior nos despoja de la confianza
y seguridad que deberíamos tener en nuestro cuerpo y con nuestros pares, algo
inherente a nuestra existencia y sobrevivencia. Todos tenemos la
capacidad —necesidad y responsabilidad deberíamos agregar— de autodefendernos, sin que existan
limitaciones físicas, de edad, de sexo o genero para aprender a hacerlo.
Por tanto es un compromiso colectivo el
aprender, socializar y difundir toda disciplina de autodefensa para hacerla
propia. En estos días de nada sirve una práctica individual que nos haga más y
más fuertes, pues la condición física decae y tarde o temprano perecemos. En
última instancia, si no somos capaces de enseñar lo aprendido, de entregar el
conocimiento al servicio de nuestro pueblo, las artes marciales sucumbirán, tal
como ocurrió con muchas culturas al día de hoy extintas, que no pudieron
transmitir tales conocimientos de generación en generación.
Semejante responsabilidad no más grande que los valores que sustentan
el camino hacia la libertad: fraternidad, sencillez, confianza, respeto,
voluntad y compromiso, por mencionar tan solo algunos, que son y serán
indispensables para generar cambios profundos a nivel individual y colectivo, y
que en definitiva, contribuirán para la realización de para un nuevo
mundo.
¡Por la defensa colectiva de nuestras
prácticas sociales!
¡Por la organización del deporte como
salud y comunidad!
¡Solo la lucha nos hará libres!