19 mar 2018

Reanimando controversias

Apuntes, citas y digresiones sobre ¿Qué (no) hacer?

Hace algunas semanas se nos encomendó realizar un resumen del libro ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios, de Miguel Mazzeo, con motivo de realizar un debate en torno a la vigencia de dicha obra en nuestros círculos, y de ser posible, estimularlo en otros.


A propósito de esta iniciativa

No ha pasado mucho tiempo de que vimos por última vez a Miguel. Esto fue durante agosto del año pasado, en este caso para la publicación de “José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América”, en una edición mancomunada de Editorial Quimantú y Tiempo Robado Editoras, en donde pudimos generar un diálogo tanto en Santiago como en Valparaíso. Resultado de este último es el artículo “Autor de "J. C. Mariátegui y el socialismo de Nuestra América": La mejor figura que le cabe a Mariátegui es la de traductor”. Cabe señalar que la Editorial Quimantú reconoce a Miguel como un inestimable compañero de ruta, inclusive antes que un militante e intelectual popular.

¿Qué (no) hacer? fue publicado por primera vez en Argentina por primera vez durante el año 2005, por Editorial Antropofagia y luego reeditado el 2012 por Ediciones Anarres. En Chile fue publicado por Editorial Quimantú el 2016, siendo lanzado en la Escuela Pública Comunitaria, el Liceo Eduardo de la Jara, ubicado en Valparaíso, y por último en la Aula Magna de la Universidad Alberto Hurtado.

En sus ediciones argentinas, el libro está compuesto de nueve capítulos: 1) Crítica a la conciencia ingenua; 2) El elefante existe; 3) ¿Cambiar el Estado cambiando la sociedad?; 4) El socialismo en un solo barrio y el radicalismo pasivo; 5) la alternativa estatal-nacional; 6) Lenin en el suburbio; 7) Sobre máquinas iluministas y antidialécticas; 8) Pensar la herramienta política (estratégica) del campo popular; y por último, 9) Viejos debates, nuevos contextos. Se suma además un excursus, término que hace referencia a la digresión producida cuando alguien se aparta del hilo natural del tema que trata, para abordar de forma más extensa algo que ha surgido a partir del mismo, retomando por último el tema principal.

En su edición chilena, se realizan ciertos retoques y se corrigen fallas de las ediciones anteriores. Se agrega además una segunda parte, “Debates y polémicas”, en donde se encuentra material producido posteriormente a la primera publicación del libro. Se trata de los siguientes capítulos (no enumerados en la edición): 1) Náuseas y aparentes aporías. Sobre insurrecciones y elecciones; 2) El Frente Popular Darío Santillán y el Polo Obrero. En torno a algunas comparaciones del compañero Raúl Zibechi; 3) La izquierda que necesitamos para el país que queremos; 4) El fetichismo de la etapa; 5) La izquierda iterativa. Breves reflexiones sobre la estrategia expresiva de la izquierda —subdividido en Introducción: insumos para un debate, La izquierda pre-1968 y el “horizonte guevarista”, Metáforas, Demora de la teoría y Sobre artefactos y lenguajes—, y por último, 5) El poder popular como práctica de construcción del Socialismo Societal. Conversación con Miguel Mazzeo.

Para estos apuntes nos hemos servido de dos ediciones de que ¿Qué no hacer?, tanto la primera edición argentina que data del 2005, prologada por Manuel Suárez Avellaneda y liberada (disponible aquí), como la propia edición de Quimantú, prologada por Cindy Corrales Valencia, que data aproximadamente de marzo del 2016,  y que en un futuro próximo también será liberada. 

A propósito del autor, tomamos de prólogo de Suárez la apreciación de éste como un “valioso compañero que se ha inscrito en la senda de elaboradores de las preguntas necesarias, de los propulsores de las respuestas polémicas”. Por otro lado, en relación con la apuesta elucubrada en ¿Qué (no) hacer?, siguiendo a Corrales, podemos mencionar que el libro “es una herramienta más, con matrices de análisis que traspasan las fronteras, interpelándonos desde la praxis, convocandonos a re-mirar nuestro quehacer con la humildad y la autocrítica que amerita la tarea revolucionaria en el Chile neoliberal actual”, y de paso, aceptamos su imperativo, el de “ser capaces de forjar una izquierda contrahegemónica y prefigurativa, es decir, que anticipe aquí y ahora, en cada territorio de lucha y resistencia, nuestra manera creativa de afrontar los desafíos, sin repetir fórmulas ni copiando experiencias pasadas, capaz de forjar un proyecto/propuesto integral, coherente, viable, responsable, comprometido, entre otros epítetos; pero por sobre todas las cosas, que ponga en evidencia que la revolución no es un proyecto futuro, ni que es responsabilidad exclusiva de un grupo de iluminados/as, sino que se realiza cotidianamente y la hacemos entre todos y todas”. Las negritas son nuestras.

El resumen de ¿Qué (no) hacer? que expondremos a continuación, antes de dar con la esencia o siquiera consumar una síntesis del mismo, seguirá ciertas líneas temáticas trazadas en los distintos capítulos, seleccionadas a partir de su estrecha relación con el desarrollo de nuestras propias condiciones. 

Anunciamos de antemano que haremos una revisión reductiva, fragmentaria y esquemática de la obra. Esperamos al menos mantener el carácter provocativo en ésta, el mismo con el que ha entintado su obra Miguel. Es por ello que hemos evitado realizar un juicio crítico en torno a las tesis esbozadas. Esperamos que toda conclusión sea realizada por las propias organizaciones que puedan valerse de este material, acorde a sus coyunturas y potencialidades. 

Por último, puesto que prácticamente la totalidad de las numerosas citas fueron extraídas del libro y pertenecen sólo a Miguel, hemos considerado innecesario poner su página en el libro, evitando así extender (todavía más) este material de modo innecesario.

Portada de ¿Qué no hacer? en su edición chilena, a cargo de Editorial Quimantú. 

Apuntes de “¿Qué (no) hacer?”

El primer inciso de la obra es Crítica a la conciencia ingenua, en donde se aborda el imaginario de la teoría revolucionaria. Tanto sus lagunas de antaño, muchas de las cuales siguen a la orden del día, como también las más recientes, que suelen estar signadas por la incoherencia, como lo son los casos de Negri, Hardt o Holloway, cuyos planteamientos suelen ser tan novedosos como abstraídos de las situaciones concretas de la organización popular. En definitiva, aquellas “donde la praxis se vuelve antipraxis” al decir de Miguel.

En El elefante existe, se trata lo concerniente al Estado. La emancipación, concibe Miguel, requiere “de la lucha por el poder del Estado, contra el poder del Estado y en el Estado. De hecho: luchar contra el poder del Estado, es luchar por el poder del Estado, aunque no se sepa o se lo niegue”, enfatiza. Además, sostiene que existe que “existe una tendencia a asociar mecánicamente la autonomía, la horizontalidad y las formas de democracia directa con la desinstitucionalización, cuando en realidad, la experiencia demuestra que las primeras no precisamente conducen a la segunda”. 

En ¿Cambiar el Estado cambiando la sociedad?, es cuando se vuelven más explicitas las consideraciones en torno a la apuesta de Lenin. Se referencia así a sus «dos momentos». Un Lenin de Las tesis de abril y El Estado y la Revolución, cuyos lineamientos de debilitamiento gradual del Estado y potenciamiento de la iniciativa popular pasan a ser reemplazados por un Lenin que considera la necesidad de una autoridad centralizada, manejada por la vanguardia y en donde las referencias a la Comuna de París se vuelven cada vez más ausentes.

A partir de esta experiencia, Miguel sostiene que “es evidente que un Estado sitiado tenderá a fortalecerse, lo que contradice el proceso de debilitamiento. Esto plantea el problema de los tiempos. Una revolución social es a largo plazo (pero sólo a largo plazo) una revolución contra el Estado”.

Pero los itinerarios fallidos no nos pueden llevar a negar la necesidad de las vías revolucionarias, pues en El Socialismo en un solo barrio y radicalismo pasivo, se nos recuerda que no “no se puede jugar a las escondidas con el capital”. Esto a propósito de aquel “autonomismo extremo, en pos de la preservación de una supuesta pureza, [que] se desentiende de las luchas libradas por organizaciones de la izquierda tradicional o de otros espacios del campo popular, cuando no las repudia directamente; suele ser más intransigente con otras experiencias del campo popular que con el verdadero enemigo (que se le desdibuja).

La alternativa estatal-nacional, el siguiente cable a tierra de Miguel, nos recuerda que “aún no estamos en un mundo en el cual la única confrontación posible sea la abierta y global entre las fuerzas del capital  las fuerzas anticapitalistas”. Para el autor, aún “es posible la construcción de un sincretismo entre nación y comunidad, es decir, lo nacional como una dimensión que anida exclusivamente”.

En Lenin en el suburbio, Miguel nuevamente contrapone a Lenin. En este caso, el “leninismo «jacobino-blanquista», el de ¿Qué hacer?, sostenido en la lógica de la representación política”, en donde todavía se amparan concepciones en las que “el socialismo y la conciencia de clase [parten] de premisas diferentes”, o dicho en otro términos, en las que se funda la “concepción del «partido de cuadros» (exigente membresía, profesionalismo), del partido como factor subjetivo y el tema jacobino-blanquista de las minorías actuantes (conspiración), decodificados como recetario revolucionario práctico y seductor, sintetizado en la fórmula: aprender a identificar situaciones revolucionarias y prepararse para aprovecharlas”, frente a un “leninismo «de base» en Las Tesis de abril, complementado por un leninismo «libertario» en El Estado y la Revolución, sostenido en la lógica de la participación y producto de un «giro dialéctico» posterior a la crisis de la Segunda Internacional”, en donde según Miguel “aflora un pensamiento más centrado en la construcción del socialismo que en el momento de la rebelión” y “el partido no era más importante que las instancias de poder popular que aparecían como el embrión del poder revolucionario”.

A esto se suma que, el segundo Lenin, “más allá de reconocer las diferencias entre marxistas y anarquistas en torno a la cuestión del Estado, fundamentalmente la oposición entre la propuesta de extinción y la de abolición, entre la centralización y el federalismo, [destacaba] las coincidencias entre el marxismo y el anarquismo, entre Marx y Proudhon”, de modo tal que en El Estado y la Revolución, señala: «Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan por la ‘destrucción’ de la máquina moderna del Estado. Esta coincidencia del marxismo con el anarquismo (tanto con el de Proudhon como con el de Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos […]».

Sobre máquinas iluministas y antidialécticas trata las concepciones y prácticas que admiten “al proletariado como objeto y no como fuente de la dialéctica, que separa la revolución de la clase que puede concretarla”. Tal elitismo se explica debido a que “cuando el trabajador piensa, deja de serlo y se convierte en intelectual”. Se trata del socialismo concebido unilateralmente, en la medida de los avances industriales y científicos, legitimado según si alcanzaba o no las metas proyectadas, en donde el partido no era sino “el ingeniero en jefe de un ejército de ingenieros”, o dicho en otros términos, “la fuerza dinámica” conductora de la “fuerza de inercia”, es decir de las masas.

A pesar de que los constantes fracasos aleccionaron a los partidos de izquierda tradicional, permitiéndoles reconocer la valiosa experiencia de los movimientos populares contemporáneo, no menos cierto es que se lo han hecho destacando “lo que consideran «grandes limitaciones», principalmente la falta de (y el lugar donde se coloca énfasis varía) conducción, dirección o estrategia política”.

Miguel establece que mientras éstos se mantengan “desactualizados como herramientas de emancipación”, seguirán intentando “atrapar océanos enteros en insignificantes botellas”, insertándose superficialmente en el pueblo, mostrándose incapaces de desarraigar las lógicas políticas y relacionales tradicionales (como el patronazgo y el clientelismo, por ejemplo)”.

Pero la necesidad de no “reemplazar la actividad del pueblo y sus organizaciones”, nos lleva, precisa Mazzeo, a Pensar la herramienta política (estratégica) del campo popular, pues “las nuevas condiciones exigen formas originales de intervención política que den cuenta de la diversidad y del carácter plural de los nuevos sujetos (de la clase)”. Por ello “se torna necesario repensar la relación entre el movimiento «espontáneo» y la «conciencia revolucionaria»”.

En Viejos debates, nuevos contextos, hallamos alcances respecto a múltiples experiencias orgánicas entre las que encontramos la Primera Internacional, la “Oposición de izquierda”, las fábricas de Turín, la “Comuna de Múnich”, Cataluña, así como también otras locales, como lo son el caso de los anarquistas antiorganizadores, el peronismo, el Sindicato de Trabajadores de ConCord (Sitrac) y eñ Sindicato de Trabajadores de MaterFer (Sitram) en Córdoba, o el propio movimiento piquetero, en cuyas filas alguna vez estuvo Miguel. Experiencias que, en términos generales, “tuvieron la virtud de exceder los límites impuestos por la ortodoxia «revolucionaria» de sus tiempos respectivos y mostraron que un vínculo más elevado entre teoría y práctica era posible”. El ensayo de unidad entre  los fines y los medios no ha concluido, nos lo demuestran los casos anteriores, al tiempo que, nos corroboran que la capacidad agotadora de los pueblos está lejos de dar muestras de agotamiento. 

En Excursus se realiza una selección enumerada de polémicas que abundan a lo largo de toda la obra. Haremos una revisión escueta de las mismas:

En primer lugar, el Estado, donde Miguel cuestiona el estatalismo clásico de la izquierda pero, “desde un lugar distinto que no niega al Estado”, por sobre el “antiestalismo que no quiere ir más allá de las situaciones, el antiestalismo que ante el temor a que el «exceso» conduzca al «leninismo» y a la anulación de la democracia”, el mismo que “alienta la parálisis y termina prisionero de las lógicas del neoliberalismo”.

En segundo lugar, las categorías de lo objetivo y lo subjetivo. Para Miguel, “existe cierta tendencia a considerar los factores objetivos y subjetivos como términos absolutos. Desde esta perspectiva, cualquier fenómeno de conciencia se liga a la subjetividad y cualquier fenómeno del plano estructural se liga a lo objetivo”. De este modo, se corren dos riesgos: “1) se pueden asumir posturas deterministas y derivar mecánicamente consecuencias ideológicas de cambios materiales y 2) se pueden asumir posturas voluntaristas reduciendo la realidad a los estados del sujeto”.

En tercer lugar, la condición de lo utópico, con el doblez que para el autor ésta nos ofrece. Por un lado la utopía como refugio, delirio, redención,  y en definitiva, como antipraxis. Por otro, como un horizonte que no sólo estima la creativa la creatividad popular, sino que valora sus orgánicas afines a la cotidianeidad, que se acoge a “situaciones cambiantes y no a conceptos rígidos”, al convertir este mundo (y no otros), en “el objeto único de nuestro deseo”. Es aquí donde la utopía se vuelve “ese trayecto de un anclaje a otro que lo supera.”

En cuarto lugar, los espacios de disputa, en este caso, los “espacios fijos”, en donde la crítica radical de la representación se traduce en autorreferencialidad y la “autonomía se termina confundiendo con el autismo”. A nuestro decir, el “ombliguismo”. Se reincorporan en escena viajes prácticas similares a las del “sindicalismo puro” que no conducen sino al fraccionamiento.

En quinto lugar, la herramienta política, las que al decir del autor, “deben estar subordinada en cuanto a su tarea histórica”, en tanto “las organizaciones populares que pujan por instituir un orden reproductivo social alternativo conforman el poder «material»”. Esto, “a diferencia de lo que ocurría y ocurre con los partidos tradicionales de la izquierda (parlamentaristas por vocación o en los hechos, aunque algunos piensen el cambio desde lógicas insurreccionales), donde las decisiones en materia de táctica le adjudican a las masas un papel secundario y la dirección efectiva recae en los «políticos» o en los «cuadros», personalidades individuales o castas”.

En sexto lugar, la vía autonómica, la que desplegándose a través del fervor abolicionista, o través de ciertas organizaciones «autónomas» que consideran que su sola multiplicación contribuirá al término del sistema, sólo mantienen el culto a las formas puras, ignorando además, a juicio del autor, que la “fuerza social de los trabajadores y del pueblo no se afinca en el reduccionismo de sus intereses particulares, sino, por el contrario, en su capacidad articulatoria y en sus facultades para atravesar el territorio de la cultura y la política”.

En séptimo y último lugar, se aborda la estrategia. Para Miguel “nuestro objetivo principal no debería consistir en tomar el poder estatal, sino en superar la postura defensiva del trabajo respecto al capital, pero ¿cómo lograrlo sin neutralizar el poder de mando del capital? La creación de ´órganos de poder por parte de las clases subalternas no «descompone» automáticamente al Estado. Entonces, hay que construir desde abajo, desde adentro y desde la raíz misma del sistema del capital. La transición implica una dinámica de disputa permanente de dos lógicas: la del capital y la de su antagonista”.  

Debido a que “puede resultar necesario incursionar en terrenos impropios” lo aquí determinante es “concebir y decidir en el terreno propio y ejecutar en el ajeno con instrumentos no hipostasiados”, pues “lo que determina en última instancia la calidad de la resolución de la cuestión del poder (y seguramente el desarrollo de la experiencia a posteriori) es el carácter de las construcciones previas”.

En Chile fue ¿Qué no hacer? fue publicado por Editorial Quimantú el 2016, lanzándose en la Escuela Pública Comunitaria, el Liceo Eduardo de la Jara, ubicado en Valparaíso, y por último en la Aula Magna de la Universidad Alberto Hurtado. Diseño a cargo de Editorial Quimantú.

Apuntes de “Debates y polémicas”

Náuseas y aparentes aporías. Sobre insurrecciones y elecciones, publicado en el segundo semestre del 2003, desarrolla consideraciones críticas y autocríticas del proceso de movilización comprendido entre los acontecimientos del 2001 y el 2003, en donde la elección de Néstor Kirchner expresó trágicamente que aún no existía una constitución del pueblo como “verdadero sujeto histórico activo y autónomo con características unitaria”, por sobre la “ilusión de pueblo” generada a partir del 19 y 20 de diciembre del 2001. Para Miguel, la energía liberada en estos días no supo ser reconvertida, a partir de lo cual, si bien debemos considerar que “la praxis revolucionara puede y debe contemplar la ocupación de espacios políticos creados por el sistema, lo que la define como revolucionaria es la creación de espacios nuevos y alternativos”. “La proliferación de estos espacios hará que nuestras incursiones políticas (con herramientas y proyectos propios) revistan carácter táctico y estén menos expuestas al riesgo de la cooptación y la desnaturalización”, sostiene.

En El Frente Popular Darío Santillán y el Polo Obrero, publicado a mediados del 2006, se afronta la polémica sobrellevada con Raúl Zibechi, a partir de algunas comparaciones de éste entre el Frente Popular Darío Santillán y el Polo Obrero, cuando Miguel todavía se encontraba en las filas del primero, y en defensa por tanto, de los militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados, quienes habían asumido el “riesgo de lo performativo, de la contradicción, de lo impuro” al crear dicho Frente.

En La izquierda que necesitamos para el país que queremos, publicado en el 2011, le son propuestas a ésta ciertas líneas por recorrer, de modo que no sea una izquierda que “promueva instituciones y prácticas simétricas a las del capital”, “que desconfíe de los caminos sin trampas y que adquiera plena conciencia de que las derrotas o las victorias fraudulentas pueden ocurrir tanto en el “arriba” como en el “abajo”, aventurándose a “las construcciones prefigurativas, cotidianas, muchas veces leves y difusas”. Para Miguel éstas últimas son estratégicas en tanto “concretan en el presente “desigual y combinado” una porción del futuro de justicia, igualdad y autodeterminación bajo las formas de una sociedad paralela”, permitiéndole a las clases subalternas “ir por más”, y porque, “si evitan caer en el culto del aislamiento” poseerán “una formidable capacidad de articularse con distintas formas de resistencia y lucha”.

El fetichismo de la etapa, publicado el 2012, surge a partir de la expresa petición a Miguel, por parte de jóvenes militantes populares, de escribir “sobre la etapa”. Éste, consciente del contrasentido de hacerlo a la manera habitual, aborda la caracterización de la etapa desde una crítica al concepto, en contra de “la etapa como fórmula artificiosa que trata al proceso histórico como si fuera un proceso orgánico”, “plantilla”, o “como una presentación desdramatizada, presuntamente “científica” y “racional” de la impotencia política, el conformismo, la monotonía o el pensamiento histórico”, y en definitiva, “como ficción cultural que atenta contra el pensamiento emancipador”. Lo anterior justifica la desunión “tal como ocurrió hace algunas décadas, entre lo militar y lo político; más recientemente, entre lo sindical y/o lo territorial, o simplemente lo “social” y lo político”.

Para Miguel, “las secuencias lineales, impuestas por una concepción eurocéntrica del tiempo, no son las más aptas para pensar-transformar las realidades de Nuestra América porque tienden a ocultarnos las huellas más visibles. La construcción de poder popular exige pensar-actuar en términos de simultaneidad”.

Podríamos decir que La izquierda iterativa. Breves reflexiones sobre la estrategia expresiva de la izquierda, escrita en el 2014, es la respuesta a una reseña de ¿Qué (no) hacer? publicada en el sexto número de la revista Hic Rhodus. Crisis capitalista, polémica y controversias el mismo año, en donde Miguel aprovecha de exhibir a una izquierda tan inmadura como reacia a la realidad, incapaz de asumir las circunstancias y por tanto, de transgredirla. Una izquierda en la que se puede visibilizar la tendencia de “escindir lo racional de lo sensible”, que está blindada de nociones tales como el “socialismo como sistema mono-cultural compulsivo y totalizante” que el Che tanto cuestionó en el discurso de Argel de 1965, y que también sigue “aferrada a lo que Inmanuel Wallerstein denominaba la “estrategia de los dos pasos”: primero se obtiene el poder y luego se transforma el mundo”.

Por último, El poder popular como práctica de construcción del Socialismo Societal, corresponde a una entrevista realizada a Miguel durante el 2014, sobre su experiencia militante en el Frente Popular Darío Santillán. 

Aquí se parte del hecho de que para Miguel, “la reflexión sobre el poder popular es inagotable”. Esto se debe a que la concepción del poder popular es constantemente enriquecida por la lucha de los pueblos y sus situaciones de desarrollo concreto. A propósito de su participación en el Frente Popular Darío Santillán, Miguel no duda en reconocer: “A veces pienso que todos y todas fuimos espontáneamente luxemburguistas. Rosa Luxemburgo estaba presente en nuestras formulaciones tendientes a trascender la dicotomía reforma-revolución, estaba presente cuando asignábamos un peso determinante a la experiencia popular en el proceso de formación de conciencia revolucionaria, cuando nos negábamos a escindir medios de fines, cuando apostábamos al protagonismo de las bases, cuando desconfiábamos del centralismo democrático y cuando pensábamos en términos de contra-hegemonía y democracia socialista”. 

Además, señala que hubo en dicho Frente una generación militante que quiso “saldar cuentas con la izquierda dogmática, con la izquierda unidimensional, pero también con otras tradiciones políticas, como el nacionalismo revolucionario o el peronismo de izquierda”. Había pues, una “necesidad de delimitar un campo identitario”, conformándose así un “pensamiento de la izquierda independiente, en debate con viejas culturas políticas pero sin dejar de asumir algunas herencias”.

Sostiene además que “la cuestión electoral fue la que planteó más inconvenientes”, puesto que “el juego electoral obliga, de cierta manera, a seguir ciertas reglas y eso sí genero muchas contradicciones en el espacio de la izquierda independiente”. “Una crisis que en realidad respondía a otros motivos más de fondo como la pérdida de arraigo territorial, la falta de desarrollo en el campo sindical y la pérdida de presencia en el movimiento estudiantil, etc.” 

Desde el punto de vista de Miguel, “de cara a un proyecto emancipatorio, la tensión principal se da entre la reinvención de la política y el fetichismo del poder. El poder popular es un concepto emparentado con la reinvención de la política emancipatoria, no tiene absolutamente nada que ver con el fetichismo del poder”.


Por Ignacio Andrés
América Leatina desde Abajo

16 mar 2018

César Vallejo según Mariátegui

El poeta César Vallejo Mendoza nació un 16 de marzo de 1892 en la ciudad andina de Santiago de Chuco, al norte del Perú. Con motivo de conmemorar su vida y obra, hemos decidido publicar el artículo que José Carlos Mariátegui le dedicó en sus Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.

En Los 7 ensayos, el amauta expone diversos elementos de análisis para las problemáticas locales, y renunciando a toda imparcialidad, interpela a las nuevas generaciones a reconceptualizar la identidad peruana, abocarse a tratar la cuestión indígena —que asume como el problema de la nación—, enfrentar a la oligarquía criolla y realizar así la nueva sociedad comunista, una acorde a las condiciones particulares del Perú.

En esta obra, polémica como pocas en Nuestra América, Mariátegui, además de abordar en detalle la evolución económica, estructura administrativa, educación pública y aspectos religiosos del Perú, analiza su problemática identitaria, enraizada profundamente en la milenaria historia indígena y el carácter agrario del país, así como también la literatura local, todo tratado rigurosamente y con la profundidad política que para el amauta merece. “El Virreinato era; el indio es”, señala, y por ello, sale a la búsqueda de las raíces indigenistas en las letras peruanas, como es el caso de César Vallejo, a quien ve como un “precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia”.

Por Ignacio Andrés
América Leatina desde Abajo

César Vallejo por Pablo Picasso, 1938

César Vallejo*

El primer libro de César Vallejo, Los heraldos negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú. No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego, cuando afirma que “a partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal”**. Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado. Melgar –signo larvado, frustrado– en sus yaravíes es aún un prisionero de la técnica clásica, un gregario de la retórica española. Vallejo, en cambio, logra en su poesía un estilo nuevo. El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma. “La derogación del viejo andamiaje retórico –remarca certeramente Orrego– no era un capricho o arbitrariedad del poeta, era una necesidad vital. Cuando se comienza a comprender la obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad de una técnica renovada y distinta”***.

El sentimiento indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo en el fondo de sus versos; en Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso mismo cambiando su estructura. En Melgar no es sino el acento; en Vallejo es el verbo. En Melgar, en fin, no es sino queja erótica; en Vallejo es empresa metafísica. Vallejo es un creador absoluto. Los heraldos negros podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época. En estos versos del pórtico de Los heraldos negros principia acaso la poesía peruana. (Peruana, en el sentido de indígena).

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

Clasificado dentro de la literatura mundial, este libro, Los heraldos negros, pertenece parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista. Pero el simbolismo es de todos los tiempos. El simbolismo, de otro lado, se presta mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu indígena. El indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en símbolos e imágenes antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es no en parte simbolista. Se encuentra en su poesía –sobre todo de la primera manera– elementos de simbolismo, tal como se encuentra elementos de expresionismo, de dadaísmo y de suprarrealismo. El valor sustantivo de Vallejo es el creador. Su técnica está en continua elaboración. El procedimiento, en su arte, corresponde a un estado de ánimo. Cuando Vallejo en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo, su método a Herrera y Reissig, lo adapta a su personal lirismo.

Mas lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no recurre al folklore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son en él producto espontáneo, célula propia, elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos. Su autoctonismo no es deliberado. Vallejo no se hunde en la tradición, no se interna en la historia, para extraer de su oscuro substractum perdidas emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera.

Uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo me parece su frecuente actitud de nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la más cabal interpretación del alma autóctona, dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia. Y bien, Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva. No se debe confundir su nostalgia concebida con tanta pureza lírica con la nostalgia literaria de los pasadistas. Vallejo es nostalgioso, pero no meramente retrospectivo. No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco añora el Virreinato. Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia.

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

(“Idilio muerto”, Los heraldos negros)

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: “Pero hijos…”

(“A mi hermano Miguel”, Los heraldos negros)

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

(XXVIII, Trilce)

Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.
Se acabó la calurosa tarde;
tu gran bahía y tu clamor; la charla
con tu madre acabada
que nos brindaba un té lleno de tarde.

(XXXIV, Trilce)

Otras veces Vallejo presiente o predice la nostalgia que vendrá:

Ausente! La mañana en que a la playa
del mar de sombra y del callado imperio,
como un pájaro lúgubre me vaya,
será el blanco panteón tu cautiverio.

(“Ausente”, Los heraldos negros)

Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

(“Verano”, Los heraldos negros)

Vallejo interpreta a la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de tres siglos, se exacerban. Pero –y en esto se identifica también un rasgo del alma india–, sus recuerdos están llenos de esa dulzura de maíz tierno que Vallejo gusta melancólicamente cuando nos habla del “facundo ofertorio de los choclos”.

César Vallejo por Pablo Picasso

Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un “¡para qué!”. En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso. Es el pesimismo de un ánima que sufre y expía “la pena de los hombres” como dice Pierre Hamp. Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento. Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca con esa neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco es una neurosis.

Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. Y es que no lo engendra un egocentrismo, un narcisismo, desencantados y exasperados, como en casi todos los casos del ciclo romántico. Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma “está triste hasta la muerte” de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios. Porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios:

Siento a Dios que camina
tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos. Orfandad…

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece
que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
mustia un dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.

Oh, Dios mío, recién a ti me llego,
hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos,
miro y lloro una frágil Creación.

Y tú, cuál llorarás… tú, enamorado
de tanto enorme seno girador…
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.

Otros versos de Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En “Los dados eternos” el poeta se dirige a Dios con amargura rencorosa. “Tú que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación”. Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de piedad y de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos, los primeros que hace diez años me revelaron el genio de Vallejo:

El suertero que grita “La de a mil”
contiene no sé qué fondo de Dios.

Pasan todos los labios. El hastío
despunta en una arruga su yanó.
Pasa el suertero que atesora, acaso
nominal, como Dios,
entre panes tantálicos, humana
impotencia de amor.

Yo le miro al andrajo. Y él pudiera
darnos el corazón;
pero la suerte aquella que en sus manos
aporta, pregonando en alta voz,
como un pájaro cruel, irá a parar
adonde no lo sabe ni lo quiere
este bohemio dios.

Y digo en este viernes tibio que anda
a cuestas bajo el sol:
¡por qué se habrá vestido de suertero
la voluntad de Dios!

“El poeta –escribe Orrego– habla individualmente, particulariza el lenguaje, pero piensa, siente y ama universalmente”. Este gran lírico, este gran subjetivo, se comporta como un intérprete del universo, de la humanidad. Nada recuerda en su poesía la queja egolátrica y narcisista del romanticismo. El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista; el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, unanimista. Vallejo, desde este punto de vista, no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su evo****.

César Vallejo por Pablo Picasso, 1938

Es tanta su piedad humana que a veces se siente responsable de una parte del dolor de los hombres. Y entonces se acusa a sí mismo. Lo asalta el temor, la congoja de estar también él, robando a los demás:

Todos mis huesos son ajenos;
yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón…!

La poesía de Los heraldos negros es así siempre. El alma de Vallejo se da entera al sufrimiento de los pobres. Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor. La Hacienda Menocucho cobra mil sinsabores diarios por la vida.

Este arte señala el nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de Los heraldos negros y de Trilce –ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria– se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia.

Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta deverdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino. He aquí lo que escribe a Antenor Orrego después de haber publicado Trilce: “Ellibro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!”. Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza.

José Carlos Mariátegui, 1928.

Notas

* Artículo aparecido como “XIV. César Vallejo” en distintas ediciones de Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Para la transcripción del mismo nos hemos valido de dos ediciones. Por una parte, de una versión física publicada por Editorial Quimantú (Chile) en el 2008, y por otra, de una versión virtual, a cargo de la Fundación Biblioteca Ayacucho (Perú) y disponible en resistir.info/livros/mariategui_7_ensayos.pdf . Las notas adjuntas pertenecen a la segunda.

** Antenor Orrego, Panoramas, ensayo sobre César Vallejo.

*** Orrego, op. cit.

****  Jorge Basadre juzga que en Trilce, Vallejo emplea una nueva técnica, pero que sus motivos continúan siendo románticos. Pero la más alquitarada “nueva poesía”, en la medida en que extrema su subjetivismo, también es romántica, como observo a propósito de Hidalgo. En Vallejo hay, ciertamente, mucho de viejo romanticismo y decadentismo hasta Trilce, pero el mérito de su poesía se valora por los grados en que supera y trasciende esos residuos. Además, convendría entenderse previamente sobre el término romanticismo.