Apuntes, citas y digresiones sobre ¿Qué (no) hacer?
Hace algunas semanas se nos encomendó realizar un resumen del libro ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios, de Miguel Mazzeo, con motivo de realizar un debate en torno a la vigencia de dicha obra en nuestros círculos, y de ser posible, estimularlo en otros.
A propósito de esta iniciativa
No ha pasado mucho tiempo de que vimos por última vez a Miguel. Esto fue durante agosto del año pasado, en este caso para la publicación de “José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América”, en una edición mancomunada de Editorial Quimantú y Tiempo Robado Editoras, en donde pudimos generar un diálogo tanto en Santiago como en Valparaíso. Resultado de este último es el artículo “Autor de "J. C. Mariátegui y el socialismo de Nuestra América": La mejor figura que le cabe a Mariátegui es la de traductor”. Cabe señalar que la Editorial Quimantú reconoce a Miguel como un inestimable compañero de ruta, inclusive antes que un militante e intelectual popular.
¿Qué (no) hacer? fue publicado por primera vez en Argentina por primera vez durante el año 2005, por Editorial Antropofagia y luego reeditado el 2012 por Ediciones Anarres. En Chile fue publicado por Editorial Quimantú el 2016, siendo lanzado en la Escuela Pública Comunitaria, el Liceo Eduardo de la Jara, ubicado en Valparaíso, y por último en la Aula Magna de la Universidad Alberto Hurtado.
En sus ediciones argentinas, el libro está compuesto de nueve capítulos: 1) Crítica a la conciencia ingenua; 2) El elefante existe; 3) ¿Cambiar el Estado cambiando la sociedad?; 4) El socialismo en un solo barrio y el radicalismo pasivo; 5) la alternativa estatal-nacional; 6) Lenin en el suburbio; 7) Sobre máquinas iluministas y antidialécticas; 8) Pensar la herramienta política (estratégica) del campo popular; y por último, 9) Viejos debates, nuevos contextos. Se suma además un excursus, término que hace referencia a la digresión producida cuando alguien se aparta del hilo natural del tema que trata, para abordar de forma más extensa algo que ha surgido a partir del mismo, retomando por último el tema principal.
En su edición chilena, se realizan ciertos retoques y se corrigen fallas de las ediciones anteriores. Se agrega además una segunda parte, “Debates y polémicas”, en donde se encuentra material producido posteriormente a la primera publicación del libro. Se trata de los siguientes capítulos (no enumerados en la edición): 1) Náuseas y aparentes aporías. Sobre insurrecciones y elecciones; 2) El Frente Popular Darío Santillán y el Polo Obrero. En torno a algunas comparaciones del compañero Raúl Zibechi; 3) La izquierda que necesitamos para el país que queremos; 4) El fetichismo de la etapa; 5) La izquierda iterativa. Breves reflexiones sobre la estrategia expresiva de la izquierda —subdividido en Introducción: insumos para un debate, La izquierda pre-1968 y el “horizonte guevarista”, Metáforas, Demora de la teoría y Sobre artefactos y lenguajes—, y por último, 5) El poder popular como práctica de construcción del Socialismo Societal. Conversación con Miguel Mazzeo.
Para estos apuntes nos hemos servido de dos ediciones de que ¿Qué no hacer?, tanto la primera edición argentina que data del 2005, prologada por Manuel Suárez Avellaneda y liberada (disponible aquí), como la propia edición de Quimantú, prologada por Cindy Corrales Valencia, que data aproximadamente de marzo del 2016, y que en un futuro próximo también será liberada.
A propósito del autor, tomamos de prólogo de Suárez la apreciación de éste como un “valioso compañero que se ha inscrito en la senda de elaboradores de las preguntas necesarias, de los propulsores de las respuestas polémicas”. Por otro lado, en relación con la apuesta elucubrada en ¿Qué (no) hacer?, siguiendo a Corrales, podemos mencionar que el libro “es una herramienta más, con matrices de análisis que traspasan las fronteras, interpelándonos desde la praxis, convocandonos a re-mirar nuestro quehacer con la humildad y la autocrítica que amerita la tarea revolucionaria en el Chile neoliberal actual”, y de paso, aceptamos su imperativo, el de “ser capaces de forjar una izquierda contrahegemónica y prefigurativa, es decir, que anticipe aquí y ahora, en cada territorio de lucha y resistencia, nuestra manera creativa de afrontar los desafíos, sin repetir fórmulas ni copiando experiencias pasadas, capaz de forjar un proyecto/propuesto integral, coherente, viable, responsable, comprometido, entre otros epítetos; pero por sobre todas las cosas, que ponga en evidencia que la revolución no es un proyecto futuro, ni que es responsabilidad exclusiva de un grupo de iluminados/as, sino que se realiza cotidianamente y la hacemos entre todos y todas”. Las negritas son nuestras.
El resumen de ¿Qué (no) hacer? que expondremos a continuación, antes de dar con la esencia o siquiera consumar una síntesis del mismo, seguirá ciertas líneas temáticas trazadas en los distintos capítulos, seleccionadas a partir de su estrecha relación con el desarrollo de nuestras propias condiciones.
Anunciamos de antemano que haremos una revisión reductiva, fragmentaria y esquemática de la obra. Esperamos al menos mantener el carácter provocativo en ésta, el mismo con el que ha entintado su obra Miguel. Es por ello que hemos evitado realizar un juicio crítico en torno a las tesis esbozadas. Esperamos que toda conclusión sea realizada por las propias organizaciones que puedan valerse de este material, acorde a sus coyunturas y potencialidades.
Por último, puesto que prácticamente la totalidad de las numerosas citas fueron extraídas del libro y pertenecen sólo a Miguel, hemos considerado innecesario poner su página en el libro, evitando así extender (todavía más) este material de modo innecesario.
Apuntes de “¿Qué (no) hacer?”
El primer inciso de la obra es Crítica a la conciencia ingenua, en donde se aborda el imaginario de la teoría revolucionaria. Tanto sus lagunas de antaño, muchas de las cuales siguen a la orden del día, como también las más recientes, que suelen estar signadas por la incoherencia, como lo son los casos de Negri, Hardt o Holloway, cuyos planteamientos suelen ser tan novedosos como abstraídos de las situaciones concretas de la organización popular. En definitiva, aquellas “donde la praxis se vuelve antipraxis” al decir de Miguel.
En El elefante existe, se trata lo concerniente al Estado. La emancipación, concibe Miguel, requiere “de la lucha por el poder del Estado, contra el poder del Estado y en el Estado. De hecho: luchar contra el poder del Estado, es luchar por el poder del Estado, aunque no se sepa o se lo niegue”, enfatiza. Además, sostiene que existe que “existe una tendencia a asociar mecánicamente la autonomía, la horizontalidad y las formas de democracia directa con la desinstitucionalización, cuando en realidad, la experiencia demuestra que las primeras no precisamente conducen a la segunda”.
En ¿Cambiar el Estado cambiando la sociedad?, es cuando se vuelven más explicitas las consideraciones en torno a la apuesta de Lenin. Se referencia así a sus «dos momentos». Un Lenin de Las tesis de abril y El Estado y la Revolución, cuyos lineamientos de debilitamiento gradual del Estado y potenciamiento de la iniciativa popular pasan a ser reemplazados por un Lenin que considera la necesidad de una autoridad centralizada, manejada por la vanguardia y en donde las referencias a la Comuna de París se vuelven cada vez más ausentes.
A partir de esta experiencia, Miguel sostiene que “es evidente que un Estado sitiado tenderá a fortalecerse, lo que contradice el proceso de debilitamiento. Esto plantea el problema de los tiempos. Una revolución social es a largo plazo (pero sólo a largo plazo) una revolución contra el Estado”.
Pero los itinerarios fallidos no nos pueden llevar a negar la necesidad de las vías revolucionarias, pues en El Socialismo en un solo barrio y radicalismo pasivo, se nos recuerda que no “no se puede jugar a las escondidas con el capital”. Esto a propósito de aquel “autonomismo extremo, en pos de la preservación de una supuesta pureza, [que] se desentiende de las luchas libradas por organizaciones de la izquierda tradicional o de otros espacios del campo popular, cuando no las repudia directamente; suele ser más intransigente con otras experiencias del campo popular que con el verdadero enemigo (que se le desdibuja).
La alternativa estatal-nacional, el siguiente cable a tierra de Miguel, nos recuerda que “aún no estamos en un mundo en el cual la única confrontación posible sea la abierta y global entre las fuerzas del capital las fuerzas anticapitalistas”. Para el autor, aún “es posible la construcción de un sincretismo entre nación y comunidad, es decir, lo nacional como una dimensión que anida exclusivamente”.
En Lenin en el suburbio, Miguel nuevamente contrapone a Lenin. En este caso, el “leninismo «jacobino-blanquista», el de ¿Qué hacer?, sostenido en la lógica de la representación política”, en donde todavía se amparan concepciones en las que “el socialismo y la conciencia de clase [parten] de premisas diferentes”, o dicho en otro términos, en las que se funda la “concepción del «partido de cuadros» (exigente membresía, profesionalismo), del partido como factor subjetivo y el tema jacobino-blanquista de las minorías actuantes (conspiración), decodificados como recetario revolucionario práctico y seductor, sintetizado en la fórmula: aprender a identificar situaciones revolucionarias y prepararse para aprovecharlas”, frente a un “leninismo «de base» en Las Tesis de abril, complementado por un leninismo «libertario» en El Estado y la Revolución, sostenido en la lógica de la participación y producto de un «giro dialéctico» posterior a la crisis de la Segunda Internacional”, en donde según Miguel “aflora un pensamiento más centrado en la construcción del socialismo que en el momento de la rebelión” y “el partido no era más importante que las instancias de poder popular que aparecían como el embrión del poder revolucionario”.
A esto se suma que, el segundo Lenin, “más allá de reconocer las diferencias entre marxistas y anarquistas en torno a la cuestión del Estado, fundamentalmente la oposición entre la propuesta de extinción y la de abolición, entre la centralización y el federalismo, [destacaba] las coincidencias entre el marxismo y el anarquismo, entre Marx y Proudhon”, de modo tal que en El Estado y la Revolución, señala: «Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan por la ‘destrucción’ de la máquina moderna del Estado. Esta coincidencia del marxismo con el anarquismo (tanto con el de Proudhon como con el de Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos […]».
Sobre máquinas iluministas y antidialécticas trata las concepciones y prácticas que admiten “al proletariado como objeto y no como fuente de la dialéctica, que separa la revolución de la clase que puede concretarla”. Tal elitismo se explica debido a que “cuando el trabajador piensa, deja de serlo y se convierte en intelectual”. Se trata del socialismo concebido unilateralmente, en la medida de los avances industriales y científicos, legitimado según si alcanzaba o no las metas proyectadas, en donde el partido no era sino “el ingeniero en jefe de un ejército de ingenieros”, o dicho en otros términos, “la fuerza dinámica” conductora de la “fuerza de inercia”, es decir de las masas.
A pesar de que los constantes fracasos aleccionaron a los partidos de izquierda tradicional, permitiéndoles reconocer la valiosa experiencia de los movimientos populares contemporáneo, no menos cierto es que se lo han hecho destacando “lo que consideran «grandes limitaciones», principalmente la falta de (y el lugar donde se coloca énfasis varía) conducción, dirección o estrategia política”.
Miguel establece que mientras éstos se mantengan “desactualizados como herramientas de emancipación”, seguirán intentando “atrapar océanos enteros en insignificantes botellas”, insertándose superficialmente en el pueblo, mostrándose incapaces de desarraigar las lógicas políticas y relacionales tradicionales (como el patronazgo y el clientelismo, por ejemplo)”.
Pero la necesidad de no “reemplazar la actividad del pueblo y sus organizaciones”, nos lleva, precisa Mazzeo, a Pensar la herramienta política (estratégica) del campo popular, pues “las nuevas condiciones exigen formas originales de intervención política que den cuenta de la diversidad y del carácter plural de los nuevos sujetos (de la clase)”. Por ello “se torna necesario repensar la relación entre el movimiento «espontáneo» y la «conciencia revolucionaria»”.
En Viejos debates, nuevos contextos, hallamos alcances respecto a múltiples experiencias orgánicas entre las que encontramos la Primera Internacional, la “Oposición de izquierda”, las fábricas de Turín, la “Comuna de Múnich”, Cataluña, así como también otras locales, como lo son el caso de los anarquistas antiorganizadores, el peronismo, el Sindicato de Trabajadores de ConCord (Sitrac) y eñ Sindicato de Trabajadores de MaterFer (Sitram) en Córdoba, o el propio movimiento piquetero, en cuyas filas alguna vez estuvo Miguel. Experiencias que, en términos generales, “tuvieron la virtud de exceder los límites impuestos por la ortodoxia «revolucionaria» de sus tiempos respectivos y mostraron que un vínculo más elevado entre teoría y práctica era posible”. El ensayo de unidad entre los fines y los medios no ha concluido, nos lo demuestran los casos anteriores, al tiempo que, nos corroboran que la capacidad agotadora de los pueblos está lejos de dar muestras de agotamiento.
En Excursus se realiza una selección enumerada de polémicas que abundan a lo largo de toda la obra. Haremos una revisión escueta de las mismas:
En primer lugar, el Estado, donde Miguel cuestiona el estatalismo clásico de la izquierda pero, “desde un lugar distinto que no niega al Estado”, por sobre el “antiestalismo que no quiere ir más allá de las situaciones, el antiestalismo que ante el temor a que el «exceso» conduzca al «leninismo» y a la anulación de la democracia”, el mismo que “alienta la parálisis y termina prisionero de las lógicas del neoliberalismo”.
En segundo lugar, las categorías de lo objetivo y lo subjetivo. Para Miguel, “existe cierta tendencia a considerar los factores objetivos y subjetivos como términos absolutos. Desde esta perspectiva, cualquier fenómeno de conciencia se liga a la subjetividad y cualquier fenómeno del plano estructural se liga a lo objetivo”. De este modo, se corren dos riesgos: “1) se pueden asumir posturas deterministas y derivar mecánicamente consecuencias ideológicas de cambios materiales y 2) se pueden asumir posturas voluntaristas reduciendo la realidad a los estados del sujeto”.
En tercer lugar, la condición de lo utópico, con el doblez que para el autor ésta nos ofrece. Por un lado la utopía como refugio, delirio, redención, y en definitiva, como antipraxis. Por otro, como un horizonte que no sólo estima la creativa la creatividad popular, sino que valora sus orgánicas afines a la cotidianeidad, que se acoge a “situaciones cambiantes y no a conceptos rígidos”, al convertir este mundo (y no otros), en “el objeto único de nuestro deseo”. Es aquí donde la utopía se vuelve “ese trayecto de un anclaje a otro que lo supera.”
En cuarto lugar, los espacios de disputa, en este caso, los “espacios fijos”, en donde la crítica radical de la representación se traduce en autorreferencialidad y la “autonomía se termina confundiendo con el autismo”. A nuestro decir, el “ombliguismo”. Se reincorporan en escena viajes prácticas similares a las del “sindicalismo puro” que no conducen sino al fraccionamiento.
En quinto lugar, la herramienta política, las que al decir del autor, “deben estar subordinada en cuanto a su tarea histórica”, en tanto “las organizaciones populares que pujan por instituir un orden reproductivo social alternativo conforman el poder «material»”. Esto, “a diferencia de lo que ocurría y ocurre con los partidos tradicionales de la izquierda (parlamentaristas por vocación o en los hechos, aunque algunos piensen el cambio desde lógicas insurreccionales), donde las decisiones en materia de táctica le adjudican a las masas un papel secundario y la dirección efectiva recae en los «políticos» o en los «cuadros», personalidades individuales o castas”.
En sexto lugar, la vía autonómica, la que desplegándose a través del fervor abolicionista, o través de ciertas organizaciones «autónomas» que consideran que su sola multiplicación contribuirá al término del sistema, sólo mantienen el culto a las formas puras, ignorando además, a juicio del autor, que la “fuerza social de los trabajadores y del pueblo no se afinca en el reduccionismo de sus intereses particulares, sino, por el contrario, en su capacidad articulatoria y en sus facultades para atravesar el territorio de la cultura y la política”.
En séptimo y último lugar, se aborda la estrategia. Para Miguel “nuestro objetivo principal no debería consistir en tomar el poder estatal, sino en superar la postura defensiva del trabajo respecto al capital, pero ¿cómo lograrlo sin neutralizar el poder de mando del capital? La creación de ´órganos de poder por parte de las clases subalternas no «descompone» automáticamente al Estado. Entonces, hay que construir desde abajo, desde adentro y desde la raíz misma del sistema del capital. La transición implica una dinámica de disputa permanente de dos lógicas: la del capital y la de su antagonista”.
Debido a que “puede resultar necesario incursionar en terrenos impropios” lo aquí determinante es “concebir y decidir en el terreno propio y ejecutar en el ajeno con instrumentos no hipostasiados”, pues “lo que determina en última instancia la calidad de la resolución de la cuestión del poder (y seguramente el desarrollo de la experiencia a posteriori) es el carácter de las construcciones previas”.
Apuntes de “Debates y polémicas”
Náuseas y aparentes aporías. Sobre insurrecciones y elecciones, publicado en el segundo semestre del 2003, desarrolla consideraciones críticas y autocríticas del proceso de movilización comprendido entre los acontecimientos del 2001 y el 2003, en donde la elección de Néstor Kirchner expresó trágicamente que aún no existía una constitución del pueblo como “verdadero sujeto histórico activo y autónomo con características unitaria”, por sobre la “ilusión de pueblo” generada a partir del 19 y 20 de diciembre del 2001. Para Miguel, la energía liberada en estos días no supo ser reconvertida, a partir de lo cual, si bien debemos considerar que “la praxis revolucionara puede y debe contemplar la ocupación de espacios políticos creados por el sistema, lo que la define como revolucionaria es la creación de espacios nuevos y alternativos”. “La proliferación de estos espacios hará que nuestras incursiones políticas (con herramientas y proyectos propios) revistan carácter táctico y estén menos expuestas al riesgo de la cooptación y la desnaturalización”, sostiene.
En El Frente Popular Darío Santillán y el Polo Obrero, publicado a mediados del 2006, se afronta la polémica sobrellevada con Raúl Zibechi, a partir de algunas comparaciones de éste entre el Frente Popular Darío Santillán y el Polo Obrero, cuando Miguel todavía se encontraba en las filas del primero, y en defensa por tanto, de los militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados, quienes habían asumido el “riesgo de lo performativo, de la contradicción, de lo impuro” al crear dicho Frente.
En La izquierda que necesitamos para el país que queremos, publicado en el 2011, le son propuestas a ésta ciertas líneas por recorrer, de modo que no sea una izquierda que “promueva instituciones y prácticas simétricas a las del capital”, “que desconfíe de los caminos sin trampas y que adquiera plena conciencia de que las derrotas o las victorias fraudulentas pueden ocurrir tanto en el “arriba” como en el “abajo”, aventurándose a “las construcciones prefigurativas, cotidianas, muchas veces leves y difusas”. Para Miguel éstas últimas son estratégicas en tanto “concretan en el presente “desigual y combinado” una porción del futuro de justicia, igualdad y autodeterminación bajo las formas de una sociedad paralela”, permitiéndole a las clases subalternas “ir por más”, y porque, “si evitan caer en el culto del aislamiento” poseerán “una formidable capacidad de articularse con distintas formas de resistencia y lucha”.
El fetichismo de la etapa, publicado el 2012, surge a partir de la expresa petición a Miguel, por parte de jóvenes militantes populares, de escribir “sobre la etapa”. Éste, consciente del contrasentido de hacerlo a la manera habitual, aborda la caracterización de la etapa desde una crítica al concepto, en contra de “la etapa como fórmula artificiosa que trata al proceso histórico como si fuera un proceso orgánico”, “plantilla”, o “como una presentación desdramatizada, presuntamente “científica” y “racional” de la impotencia política, el conformismo, la monotonía o el pensamiento histórico”, y en definitiva, “como ficción cultural que atenta contra el pensamiento emancipador”. Lo anterior justifica la desunión “tal como ocurrió hace algunas décadas, entre lo militar y lo político; más recientemente, entre lo sindical y/o lo territorial, o simplemente lo “social” y lo político”.
Para Miguel, “las secuencias lineales, impuestas por una concepción eurocéntrica del tiempo, no son las más aptas para pensar-transformar las realidades de Nuestra América porque tienden a ocultarnos las huellas más visibles. La construcción de poder popular exige pensar-actuar en términos de simultaneidad”.
Podríamos decir que La izquierda iterativa. Breves reflexiones sobre la estrategia expresiva de la izquierda, escrita en el 2014, es la respuesta a una reseña de ¿Qué (no) hacer? publicada en el sexto número de la revista Hic Rhodus. Crisis capitalista, polémica y controversias el mismo año, en donde Miguel aprovecha de exhibir a una izquierda tan inmadura como reacia a la realidad, incapaz de asumir las circunstancias y por tanto, de transgredirla. Una izquierda en la que se puede visibilizar la tendencia de “escindir lo racional de lo sensible”, que está blindada de nociones tales como el “socialismo como sistema mono-cultural compulsivo y totalizante” que el Che tanto cuestionó en el discurso de Argel de 1965, y que también sigue “aferrada a lo que Inmanuel Wallerstein denominaba la “estrategia de los dos pasos”: primero se obtiene el poder y luego se transforma el mundo”.
Por último, El poder popular como práctica de construcción del Socialismo Societal, corresponde a una entrevista realizada a Miguel durante el 2014, sobre su experiencia militante en el Frente Popular Darío Santillán.
Aquí se parte del hecho de que para Miguel, “la reflexión sobre el poder popular es inagotable”. Esto se debe a que la concepción del poder popular es constantemente enriquecida por la lucha de los pueblos y sus situaciones de desarrollo concreto. A propósito de su participación en el Frente Popular Darío Santillán, Miguel no duda en reconocer: “A veces pienso que todos y todas fuimos espontáneamente luxemburguistas. Rosa Luxemburgo estaba presente en nuestras formulaciones tendientes a trascender la dicotomía reforma-revolución, estaba presente cuando asignábamos un peso determinante a la experiencia popular en el proceso de formación de conciencia revolucionaria, cuando nos negábamos a escindir medios de fines, cuando apostábamos al protagonismo de las bases, cuando desconfiábamos del centralismo democrático y cuando pensábamos en términos de contra-hegemonía y democracia socialista”.
Además, señala que hubo en dicho Frente una generación militante que quiso “saldar cuentas con la izquierda dogmática, con la izquierda unidimensional, pero también con otras tradiciones políticas, como el nacionalismo revolucionario o el peronismo de izquierda”. Había pues, una “necesidad de delimitar un campo identitario”, conformándose así un “pensamiento de la izquierda independiente, en debate con viejas culturas políticas pero sin dejar de asumir algunas herencias”.
Sostiene además que “la cuestión electoral fue la que planteó más inconvenientes”, puesto que “el juego electoral obliga, de cierta manera, a seguir ciertas reglas y eso sí genero muchas contradicciones en el espacio de la izquierda independiente”. “Una crisis que en realidad respondía a otros motivos más de fondo como la pérdida de arraigo territorial, la falta de desarrollo en el campo sindical y la pérdida de presencia en el movimiento estudiantil, etc.”
Desde el punto de vista de Miguel, “de cara a un proyecto emancipatorio, la tensión principal se da entre la reinvención de la política y el fetichismo del poder. El poder popular es un concepto emparentado con la reinvención de la política emancipatoria, no tiene absolutamente nada que ver con el fetichismo del poder”.
Por Ignacio Andrés
América Leatina desde Abajo
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