29 may 2020

El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba

“El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba, 1955-1976”, James P. Brennan. Traducción de Horacio Pons. Editorial sudamericana, 1996. | Descárgalo aquí.


Este es un estudio histórico de la política obrera en la ciudad industrial argentina de Córdoba entre 1955 y 1976. En esos años, Córdoba fue el centro de la industria automotriz argentina y el escenario de una clase obrera inusualmente activa y militante. La ciudad experimentó un rápido crecimiento industrial en la década posterior al derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón en 1955. La llegada y expansión de empresas automotrices extranjeras, principalmente IKA-Renault y Fiat, promovieron un tipo particular de desarrollo industrial y crearon un “nuevo trabajador industrial” de orígenes predominantemente rurales, jóvenes ex chacareros y habitantes de pequeñas ciudades que fueron súbitamente empujados al mundo de la fábrica moderna y los sistemas de relaciones industriales de la corporación multinacional.

El dominio de la economía local por una sola industria, la fabricación de automóviles, y el papel prominente de desempeñado por los sindicatos de los trabajadores de esa industria en el poderoso movimiento obrero local, que culminó en la más grande protesta obrera en la historia latinoamericana de la posguerra, el Cordobazo de 1969, son analizados en este volumen en el contexto de los recientes debates sobre la política obrera en América Latina, especialmente la de los trabajadores de los sectores industriales modernos. Espero demostrar que la pronunciada militancia e incluso la radicalización política de la clase obrera cordobesa se debieron o solo a los cambios ocurridos en la cultura política de la Argentina, sino también a la dinámica relación entre la fábrica y la sociedad durante esos años y a las condiciones específicas de la base fabril y la cultura del lugar de trabajo que crea la producción automotriz en un país semiidustrializado como la Argentina. 

El libro tiene una estructura alternativamente analítica y narrativa, dado que no me parece que ambos sean modos incompatibles de análisis histórico. La Parte I se refiere principalmente a la formación de la clase obrera y analiza los factores que contribuyeron al desarrollo de un movimiento sindical militante en la ciudad. Las Partes II y III estudian la política del movimiento sindical argentino y específicamente del cordobés entre 1966 y 1976. La Parte IV brinda un estudio detallado en el nivel de la base fabril de las plantas automotrices locales y expone mi argumentación principal con respecto a la primacía de la fábrica como el crisol y el ámbito de la política obrera cordobesa.

Es posible que los historiadores adviertan que se presta relativamente poca atención a la relación entre el Estado y los sindicatos locales. Los estudios de la política obrera en América Latina han tendido a concentrarse n la historia pública de los gremios, en la interacción entre gobiernos, ministerios de Trabajo y conducción sindical. Por motivos que tienen que ver con la historia de Córdoba, tal preocupación casi exclusiva —cuestionable, creo, para las historias de la política obrera en general— es claramente inapropiada para este movimiento sindical. Los sindicatos cordobeses fueron en gran medida independientes del Estado, estuvieron, en realidad, en abierta oposición a él durante la mayor parte de este período, y se encontraban aislados del centro del poder político, económico y sindical del país, Buenos Aires. Las historias internas de los sindicatos, su interacción recíproca y con otros grupos y clases, y en especial la política obrera tal como se forjó y desarrolló en el lugar de trabajo son, en consecuencia, mis preocupaciones principales.

Extracto del prefacio de la presente edición. 

24 may 2020

Rosa Luxemburgo. La liberación femenina y la filosofía marxista de la Revolución

“Rosa Luxemburgo. La liberación femenina y la filosofía marxista de la Revolución”, Raya Dunayevskaya. Traducción de Juan José Utrilla. Revisión y transcripción de Luz Mary Reina T.  Fondo de Cultura Económica, primera edición electrónica, 2013. | Descárgalo aquí.



INTRODUCCIÓN 

Tres tipos muy distintos de acontecimientos, ocurridos durante los setentas, me han movido a escribir esta obra. Uno: la trascripción de los últimos escritos salidos de la pluma de Marx, Los cuadernos etnológicos de Karl Marx, crearon una nueva posición aventajada desde la cual contemplar las obras de Marx en su conjunto. Esto arroja una luz tan nueva, a la vez sobre su primer concepto histórico-filosófico (1844) de hombre/mujer y sobre su último análisis (1881 – 1882) que viene a echar por tierra la opinión (durante tanto tiempo sostenida por los marxistas posteriores a Marx) de que la obra de Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, fue una obra “conjunta” de Marx y Engels. No menos trasparente resultó —cuando de los archivos surgieron las cartas inéditas de Marx a Vera Zasulich— El concepto Marxista de la revolución permanente. Esto puso en claro, al mismo tiempo, cuán profundo debe ser el desarraigo de la sociedad de clases y cuán vasta es su visión de las fuerzas de la revolución. Ello llevó a Marx a proyectar nada menos que la posibilidad de una revolución que ocurriese en un país atrasado como Rusia, antes que en el Occidente tecnológicamente avanzado. 

Dos: no puede ser enteramente accidental el que tales escritos salieran a la luz en el periodo de surgimiento de un hecho histórico objetivo: la trasformación de la Liberación de la Mujer como Idea cuyo momento había llegado, en un movimiento mundial; sin embargo, no es sólo la objetividad de este hecho lo que ha movido a la autora a enfocar la figura de Rosa Luxemburgo. Ante todo, fue ésta quien planteó tan enérgicamente la cuestión de la espontaneidad de las masas que viene a chocar con una pregunta apremiante de nuestros días: ¿Cuál es la relación de la espontaneidad con la conciencia y a la vez con “el partido”? El total olvido en que Marxistas y no Marxistas por igual han tenido la dimensión feminista de Rosa Luxemburgo exige enmienda inmediata respecto a esta cuestión. Más aún, es menester que el actual Movimiento de Liberación de la Mujer absorba la dimensión revolucionaria de Rosa Luxemburgo, no por amor a la historia sino por sus demandas presentes, incluso la demanda de autonomía. 

Hoy, el movimiento de liberación de la mujer ha introducido aspectos nuevos y únicos, que no habían planteado marxistas ni no marxistas. Pero el hecho mismo de que la tarea siga inconclusa señala la necesidad de estudiar más las obras de Luxemburgo como feminista y como revolucionaria. Y ello significa volver a las obras de Marx, no solo como “escritos” sino como filosofía de revolución. No llegar hasta ahí haría que el Movimiento de Liberación de la Mujer no se desarrollara en todo su pleno potencial como Razón y como fuerza. 

Tres: en esta época, cuando las mil crisis llegaron a un clímax global con la crisis económica de 1974-1975, no hay duda de que, lejos de tratarse de una cuestión de lo que Marx llamó “la ley del avance de la sociedad capitalista” hacia su desplome, el surgimiento del Tercer Mundo y la necesidad imperiosa de una sociedad totalmente nueva, edificada sobre cimientos verdaderamente humanos. Aun asuntos como la publicación de obras antes inéditas, recién descubiertas, y nuevas traducciones de obras antiguas –incluyendo una nueva traducción de la más grande obra teórica de Marx, El capital, que le devuelve el lenguaje “hegeliano” de Marx, en cuestión de “economía” – señalan el intenso y continuado interés den el marxismo. Trasciende cualquier preocupación de una sola década o las aspiraciones de una sola fuerza revolucionaria, sea de dimensión laboral, feminista, juvenil o negra. Revela una pasión por la revolución, así como una pasión por la filosofía de la revolución que asegure su continuidad, asimismo, tras la conquista del poder. 

Por el hecho de que Marx descubrió un continente enteramente nuevo de pensamiento y de revolución, y porque tan creadoramente mantuvo unidos, al unísono, concepto y práctica, por ello enfrentarse al marxismo de Marx se ha vuelto algo de urgencia global. Ya sea que contemplemos las crisis económicas o sus puestos –no sólo las luchas de clase sino los movimientos de liberación nacionales, aun donde hoy se ven obligados a actuar bajo el látigo de la contrarrevolución--, el hecho es que siguen surgiendo nuevas formas de rebelión. Han estallado en Portugal, y en China en “el año de las grandes dificultades bajo el cielo”, cuando, no obstante, hubo el espontáneo brote de grandes masas desde antes de que Mao pronunciara su despedida. Han surgido en Irán, y en la embrutecida Sudáfrica, donde la dimensión Negra está levantándose continuamente de sus cenizas. Han surgido del totalitarismo comunista, como en Polonia, y bajo la oligarquía latinoamericana sostenida por el imperialismo yanqui, como en El salvador y Nicaragua. 

La mayor contradicción de todas estas corrientes encontradas surge de la profundidad misma de las crisis económico-político-sociales, que produce un gran deseo de encontrar atajos, caminos directos a la libertad. En lugar de enfrentarse a la difícil elaboración de una filosofía para nuestra época, los teorizantes solo buscan las “causas fundamentales” de la opresión. Esto es buen, pero no basta. Estrecha toda la relación entre causalidad y libertad; obstruye el doble ritmo de revolución que exige no solo el desplome de lo viejo sino la creación de lo nuevo. En lugar de abrir una vía hacia la libertad total, se estanca hacia una forma u otra de determinismo económico. Por ello, en necesario no dejarse desviar de un retorno a la totalidad del marxismo de Marx, que nunca separó la filosofía de la revolución y la verdadera revolución: cada una, por si sola, resulta unilateral. 

Lo que Marx desarrollo al descubrir un nuevo continente del pensamiento es que el espíritu es libre y, cuando queda estrechamente relacionado a la creatividad de las masas en acción, muestra ser autodeterminado y dispuesto a fundirse en la libertad. De hecho, antes de romper abiertamente con la sociedad burguesa, Marx, en 1841, siendo todavía un “Prometeo encadenado” de la academia, planteó la problemática de su época: la relación de la filosofía y la realidad. 

Contra la opinión tradicionalmente sostenida de que Marx desarrolló una crítica filosófica para dar una base económica a su teoría de la revolución, Marx desarrollo el materialismo histórico como teoría de la revolución permanente, no solo colocando a Hegel “de cabeza” y “apoderándose” de la dialéctica hegeliana, sino remontándose a las raíces históricas de la dialéctica Hegeliana: el problema que determino la dialéctica de Hegel, es decir, el doble ritmo de la Revolución Francesa. Fue la negación de la negación la que Marx escogió como la fuerza creadora y Razón de la metodología dialéctica. Esto es lo que Feuerbach no captó, y que el propio Hegel había cubierto en un “velo místico”. Al salvar la dialéctica Hegeliana de lo que Marx llamo la “deshumanización” de la Idea por obra de Hegel, como si su autodeterminación fuese simple pensamiento, en lugar de seres humanos que piensan y actúan, Marx profundizó en la revolución, en la revolución permanente. La inflexible concentración de Marx en la revolución, en la praxis revolucionaria –en una crítica revolucionariamente impecable de todo lo que existe— revela que la filosofía dialéctica fue la base de la totalidad de la obra de Marx, no solo en la filosofía sino en la práctica y, a la vez en la política y la economía. Siendo así, la trasformación de la realidad sigue siendo trama y urdimbre de la dialéctica marxista. Espero que este principio dialectico muestre ser la fuerza unificadora de las tres partes del libro, es decir, no solo de la Tercera Parte –“Karl Marx, de critico de Hegel a autor de El capital y teórico de la “revolución permanente”—sino también de las Partes Primera y segunda: Rosa Luxemburgo como teórica, como activista, como internacionalista” y “El movimiento de Liberación Femenina como fuerza y razón revolucionaria”. 

Unir los hilos de las tres partes de esta obra fue relativamente fácil, de unir asimismo los hilos del desarrollo de Marx. Porque allí somos testigos, de una sola vez de “cómo” Marx trasformo la revolución hegeliana de la filosofía en una filosofía de la revolución, y cuán sensiblemente afinó Marx sus propios oídos a las voces de fuera, de tal modo que lo que él llamó su filosofía –“un nuevo humanismo”—estuviera desarrollándose continuamente. Así como el joven Marx, al dedicarse por primera vez a lo que él llamó “economía”, había descubierto el proletariado como al sujeto que sería “enterrador del capitalismo” y jefe de la revolución proletaria, así también al final de su vida Marx aún hizo varios descubrimientos al volverse hacia nuevos estudios antropológicos empíricos, como La sociedad primitiva, de Morgan, así como a las incursiones imperiales en el Oriente y el desmembramiento de África. 

A partir del estudio del comunismo primitivo, Marx aún realizó nuevos descubrimientos, incluyendo al mismo tiempo una confirmación de su anterior concepto de hombre/mujer y de la forma en que, en su resumen de la comuna de París, había señalado como su realización más grande “su propia existencia laboral”. Como quedara en claro por las cartas de Marx y Vera Zasulich, en el mismísimo periodo en que estaba trabajando en los cuadernos etnológicos, consideró a los campesinos no sólo como una “segunda edición” de las Guerras de Campesinos para asegurar la victoria proletaria, sino también como posibles instrumentos de revoluciones siempre nuevas. Al ahondar Marx en la historia de los restos de la comuna campesina rusa no descartó que, si era posible una unión con la sociedad tecnológicamente avanzada de Occidente, una revolución puede ocurrir primero en la atrasada Rusia. ¡Y esto era en 1882! 

No es de sorprender que también nuestra época sienta la repercusión de la problemática a la que Marx se enfrentó en sus días: las nuevas fuerzas revolucionarias que no surgen fácilmente, ni son fáciles de imaginar, y que fueron tan profundamente planteadas en el nuevo continente de pensamiento y revolución abierto por el filósofo alemán. Ya sea que nunca nuestra época se eleve o no a la tarea histórica de trasformar la realidad, de una cosa no hay duda: Marx había abierto un camino, no solo para la generación de Rosa Luxemburgo, sino también para la nuestra. 

RAYA DUNAYEVSKAYA 5 de mayo de 1981 Detroit, Michigan