17 ago 2016

Cambiar el mundo desde arriba [citas y apuntes]

Portada de Cambiar el mundo desde arriba presente en la edición del 2016, Quimantú.


A tan sólo algunos días de la nueva visita de Raúl Zibechi a nuestro país, con motivo del lanzamiento de dos de sus libros Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo y Latiendo Resistencia. Mundos nuevos y guerras de despojo, he considerado oportuno ofrecer algunos elementos para la discusión, entregando apuntes en torno al primer libro señalado. Aunque con abundantes (y extensas) citas, mi selección no reemplaza la propia lectura personal que cada quien pueda realizar, y menos aún, el diálogo colectivo.


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Raúl Zibechi es un autor uruguayo quien desde mediados de la década de los 80' ha publicado artículos en revistas y periódicos de izquierda y en diversos medios latinoamericanos. Ha recorrido gran parte de Latinoamérica, colaborando en la formación y socialización de los diversos movimientos políticos y sociales del continente. Actualmente colabora en La Jornada en México, la web Rebelión y otros medios de contrainformación.


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Decio Machado es un autor ecuatoriano quien según su propio blog, un consultor internacional en Políticas Públicas, Análisis Estratégico y Comunicación. Miembro del equipo fundador del periódico Diagonal y de la revista El Hurón, así como colaborador habitual en diversos medios de comunicación en América Latina y Europa. Investigador asociado en Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico, director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA) y colaborador de Editorial Crítica & Alternativas y Editorial Desde Abajo. El Comercio le catalogaría tiempo atrás como un asesor silencioso del presidente Rafael Correa, pudiendo esto ser constatable en su mismo blog.


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«Desde la revolución rusa de 1917, contamos con un siglo de experiencias revolucionarias triunfantes. Un tiempo suficiente como para sacar algunas conclusiones o para adelantar reflexiones acerca de los límites y problemas que han enfrentado estas experiencias que, en su conjunto, involucran una parte importante de la humanidad […] La primera es que las fuerzas organizadas capaces de derribar el antiguo régimen son poco apropiadas para construir la nueva sociedad. Las fuerzas revolucionarias triunfantes son organizaciones jerárquicas cuya cúspide está mayoritariamente integrada por varones, blancos, educados. Estas fuerzas son adecuadas para enfrentar y derrotar militarmente a las fuerzas de la reacción, pero no son en absoluto adecuadas para construir relaciones sociales de nuevo tipo  ya que las dos lógicas son contrapuestas». Pág. 73

«La segunda se relaciona con la inconveniencia de fusionar partido y Estado, ya que se conforma un “sistema oligárquico revolucionario” que es muy difícil desmontar. Este suele ser el primer paso para la cristalización de una nueva clase en el poder, una clase que nace del control del poder estatal y que se impone sobre la sociedad». Pág. 74

«La tercera consiste en la dificultad para desarrollar poderes de los productores, de los trabajadores y trabajadoras, poderes no estatales. Las revoluciones suelen contar en sus primeras etapas con organizaciones de masas nacidas en la base de la sociedad (soviets, comunas, comités de defensa de la revolución), que gozan de gran legitimidad y en las que participa una parte de la población”. De esta forma “existen muy pocas experiencias de autogobierno que hayan pasado el umbral del reflujo y superado la cooptación estatal. Las juntas de buen gobierno impulsadas por el zapatismo merecen un lugar destacado en la historia del autogobierno desde abajo. Hasta ahora no se han burocratizado, ni sucumbieron al Estado, ni al poder revolucionario. El hecho de que estén inspiradas en una práctica que no pretende hacerse con el aparato estatal sino que impulsa el autogobierno de los pueblos, recuperando las tradiciones indígenas, puede ser uno de los hechos que expliquen esta “anomalía”. No se ha gestado un grupo autónomo, separado de las comunidades, ya que la rotación y el deseo de que todos participen en las tareas de gobierno, se mantiene intacto. En las juntas de buen gobierno son los pueblos los que están organizados como poder». Págs. 74 y 75

«La cuarta tiene relación con las imágenes o metáforas que manejamos sobre el fin del capitalismo y la transición a un mundo nuevo […] La idea de colapso tiene una larga tradición en el movimiento socialista”. Pero el colapso por sí solo no garantiza que la sociedad que surja de sus cenizas sea mejor que la actual». Págs. 75 y76.

«La quinta, finalmente, representa un desafío de enorme magnitud: la idea de gobernar y dirigir a toda una sociedad, de hacer un cambio que incluya a todos los habitantes, supone una actitud totalitaria que implica gobernar a millones de personas y, guste o no, oprimirlas, algo que va en contra del espíritu emancipatorio”. Pues, “Si el capitalismo puede ser entendido como el despliegue ilimitado de las potencialidades humanas sin medir consecuencias, el ser capaces de limitarnos a nosotros mismos básicamente por razones éticas puede ser entendido como un modo de sofrenar impulsos irracionales que, en última instancia, nos conducen a la autodestrucción y la barbarie». Págs. 76 y 77


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«En los países llamados socialistas, la propiedad de los medios de producción es de todo el pueblo, porque es propiedad del Estado. Pero éste es controlado por un pequeño grupo que con el tiempo se convierte en una elite o una nueva burguesía». Pág. 39


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«Por el contrario, un Estado como la Comuna de París, los soviets o los comités revolucionarios, que es un instrumento de los trabajadores, ya no es un Estado propiamente porque está sujeto y por debajo de la población. Este “mandar obedeciendo” es, según Marx, un Estado en extinción. Pero si se mantiene aquel aparato estatal “por encima” de la gente común, que la domina y controla, entonces quien está al frente de ese Estado es una nueva burguesía». Pág. 60


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«Con la excepción de la revuelta zapatista a partir de 1994, todas las grandes acciones populares desembocaron en procesos electorales que llevaron al poder a dirigentes que habían participado de forma algo lateral en las revueltas (caso de Evo Morales), o habían actuado incluso en el campo opuesto al de los alzados (caso de Néstor Kirchner), siendo la excepción en este sentido la del Ecuador, en gran medida por el fracaso o traición del líder designado para encarnar las aspiraciones de los rebeldes (caso de Lucio Gutiérrez) ». Pág. 13


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«Lo que parece evidente es que la cultura política o, quizá mejor, el sentido común en las izquierdas y en los movimientos, no puede pensar en un nuevo mundo que no se referencie en el Estado, el gobierno y los partidos políticos. Esta cultura no parece haber sido erosionada por una década de levantamientos populares e indígenas, ni por el sonoro fracaso de otra década de gestiones estatales que poco han cambiado. Lo que pervive es una creencia que no puede mirar la historia de frente y sacar consecuencias». El énfasis es mío. Pág. 32


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«Entre los diversos gobiernos progresistas hubo por lo menos cuatro cuestiones en común y algunas diferencias. Esas lógicas comunes son: el fortalecimiento/ reposicionamiento de los Estados, la aplicación de políticas sociales compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades, el modelo extractivo de producción y exportación de commodities como base de la economía y la realización de grandes obras de infraestructura. A nuestro modo de ver, el modelo extractivo anclado en los hidrocarburos, la minería a cielo abierto y los monocultivos como la soja, ha sido la clave del éxito económico y las políticas sociales ancladas en transferencias monetarias, así como el eje de la legitimidad de los progresismos». El énfasis es mío. [Por commodities se entienden bienes con poca elaboración y que poseen poca diferenciación entre sí, y se maneja a un precio parejo, sin importar su procedencia, como el petróleo, soja, oro o plata. La nota es de la edición.]. Pág. 17


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«El economismo es una de las principales derivaciones de la centralidad atribuida a las fuerzas productivas, ya que hace aparecer la lucha de las clases sociales como producto de los vaivenes de la economía y, en segundo lugar, identifica las fuerzas productivas con los medios materiales de producción» de modo tal, que para los autores “la confianza en el crecimiento económico es en los hechos una apuesta a la hegemonía de los gestores”. Págs. 41 y 43


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«Hasta la década de 1970, había sido ampliamente aceptado el modelo de Estado de seguridad fordista caracterizado por su tendencia a la institucionalización de los conflictos de clase bajo el control estatal, insertando a la clase trabajadora como una fuerza de desarrollo capitalista mediante la estrategia de expansión de mercados. Sin embargo, será a partir de la crisis cuando la desaceleración del crecimiento hace que las cargas sociales agraven los problemas financieros del Estado protector que se implementen las teorías neoliberales de la Escuela de Chicago en la región, reduciéndose el gasto público y disminuyendo la intervención estatal sobre los mercados […] En el ámbito político, el neoliberalismo fue aplicado por la mayoría de las dictaduras militares en la región. De hecho el paradigma se había forjado anticipadamente en el Chile pinochetista bajo el asesoramiento de Friedrich Hayek (visitó Chile en noviembre de 1977 y abril de 1981) y especialmente de Milton Friedman, quien posicionaría el término “milagro de Chile” para referenciar la obra de sus discípulos en el Cono Sur. Con posterioridad, ese mismo modelo neoliberal sería institucionalizado por los gobiernos constitucionales que sucedieron a estas criminales dictaduras». Págs. 82 y 84


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«Los países del progresismo latinoamericano, en el marco de la emergencia de un nuevo orden mundial multipolar, han intentado definir un modelo propio de desarrollo basado en protagonismo estatal con la economía de mercado. Es decir, la agenda posneoliberal se intentó basar en la expansión de políticas sociales misturado con la articulación del mercado interno sin tocar la matriz de acumulación heredada del modelo neoliberal anteriormente vigente» Pág. 103


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Los casos latinoamericanos, con Brasil a la cabeza mediática, nos demuestran que “en el capitalismo la corrupción es parte intrínseca de la acumulación de capital. No existe capitalismo sin corrupción, pues en un sistema basado en la explotación de los trabajadores y, por lo tanto, no puede apelar a ninguna moral para justificarse” o táctica política, añado. El énfasis es mío. Pág. 115


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«Parece evidente que existe una durísima disputa entre dos sectores de la burguesía […] En esa lucha cada sector de la burguesía se apoya en distintos poderes. La novedad que aportan los gobiernos progresistas es que se apoyan en las grandes empresas originarias de cada país, en los gestores de las empresas estatales, en los partidos progresistas y en los sindicatos y otros movimientos sociales, así como cuentan con el apoyo externo de los países emergentes que integran los BRICS [Asociación comercial entre las cinco economías nacionales emergentes más importantes a nivel mundial. Nota de la edición] 175. Necesitan apelar a la movilización popular para crear las condiciones que les permitan aislar y desplazar al sector más tradicional de la burguesía, en general vinculado a la banca, el agronegocio, la minería y la especulación inmobiliaria, dependiente de las grandes multinacionales del norte y aliado incondicional de los EE. UU.» Pág. 115


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Los autores son enfáticos en el aspecto de la desigualdad. Para ellos, “la incapacidad para reducir las desigualdades agudizadas durante la era neoliberal es uno de los grandes fracasos de los gobiernos progresistas” (pág. 125). Aunque, “la represión de la dictaduras jugó un papel importante en el aumento de la desigualdad” (pág. 131), es en los gobiernos progresistas en donde se ha ido materializando un modelo cada vez más represivo a la par de sutil “[…] que conlleva el control, cada vez más estricto, sobre las personas con base en un discurso científico (técnico-jurídico-legal) que lo legitima” (pág. 146). De esta forma “la represión asume formas distintas en cada país, pero la regla es que se registra un recrudecimiento de la represión policial  de cuerpos especiales contra los movimientos sociales, la protesta colectiva y las expresiones de disidencia. Lo común en todos los países es el dominio del modelo extractivo, que genera exclusión, y la creciente reactivación de los movimientos. Lo que resulta llamativo es que bajo ciertos gobiernos progresistas, luego de algunos años en los que hubo un descenso de la represión, en cuanto la sociedad comienza a reactivarse y retorna la protesta callejera, la represión gana nuevos ribetes” (pág. 146) como lo demuestran los casos de Argentina y Brasil. Mención especial merece la tabla de datos (pág. 155) en torno a los asesinados por la represión estatal en el país trasandino, en donde se muestra un aumento considerable en los casos de “gatillo fácil”.


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«La política social sirve para consolidar el modelo de consumo del social desarrollismo, que consiste en promover la transición hacia una sociedad de consumo de masas, a través del acceso al sistema financiero. La novedad del modelo social desarrollista es la de haber instituido la lógica de la financierización en todo el sistema de protección social, ya sea mediante el acceso al mercado de crédito, ya sea vía la expansión de los planes de salud privada, crédito educativo, etcétera. Se asiste de este modo a un proceso de financierización acelerada, que se sirve del sistema de protección social para vencer la barrera de la “heterogeneidad estructural”, que frenaba en América Latina la expansión de la sociedad de mercado» Pág. 143.


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El libro se consuma con un particular llamado de atención hacia los intelectuales. Los autores subrayan que “el de intelectual no es un oficio o profesión sino tarea colectiva al servicio de sujetos colectivos en lucha. El pensamiento crítico no puede estar atado a los poderes existentes y debe desplegarse libremente, con especial vocación autocrítica, no por masoquismo sino por el interés que todo rebelde debe tener en hacer balance para ajustar sus prácticas” (pág. 164). El énfasis es mío.


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A partir de un repaso por las posiciones de la intelectualidad a través de categorías tales como la intelligentzia o el intelectual órganico, y la consecuente denuncia de distorsión en relación a la producción crítica de esta en el último tiempo, los autores coinciden “con Arturo Escobar en que “el pensamiento crítico latinoamericano es más vibrante que nunca”, pero a condición de situarlo en otros espacios y tiempos, de la mano de otros actores. Es un pensamiento colectivo que emerge en las mingas, en las fiestas comunitarias, en las cocinas comunes en los territorios de las periferias urbanas, en los mercados populares y durante los levantamientos indígenas, campesinos y negros que salpican el continente. O sea, en todo aquel espacio-territorio donde los de abajo reproducen la vida y resisten la muerte” (pág. 169). El énfasis es mío.


[…]

Entre los aspectos críticos que me parece importante remarcar, está por ejemplo, la ausencia de Chile, o su escueta mención en el libro, es un importante inconveniente a subsanar. Pues aunque Chile no ha contado con un gobierno progresista desde la misma transición pactada, jugó un rol de laboratorio para la implementación de la política represiva que tuvo un importante eco en la región, tanto en el período neoliberal posterior a las dictaduras América del Sur, como en parte de la gestión de los mismos gobiernos progresistas.

Existe una sobreabundancia de citas de autoridad provenientes de economistas, politólogos, sociólogos. A mi juicio, habría sido enriquecedor proveer estas tesis con los testimonios empíricos de los implicados en cada proceso. Del mismo modo, ellos, aunque críticos de una jerigonza que pareciese ser la norma en la producción de libros y artículos contemporáneos, la hacen abundar en ciertos pasajes del texto. En particular, la jerigonza económica.

En relación con la investigación del reasentamiento de viviendas en Río de Janeiro a razón de los Juegos Olímpicos de 2016 los autores señalan “Una conclusión es que la vivienda ha mejorado, pero los proyectos no ofrecieron nada mejor en términos de desarrollo humano”. No hay definición propuesta para lo concerniente al desarrollo humano, tampoco hay un mayor desarrollo en la concepción de desigualdad, que entendemos no es sólo material. Relacionando esto con la ausencia de testimonios de los actores, me temo que el libro es consecuente de una suerte de esquematismo, uno entre el proceso subjetivo y objetivo de la lucha de clases, frente a los cuales se optó por el segundo. Es fundamental remarcar el paralelismo entre ambos procesos. Esto se relaciona también con la contradicción entre la producción de un análisis concreto de la situación concreta [Lenin] y el proyecto mismo a construir. Es común enfrentar ambos aspectos en la contidaneidad misma del proceso de lucha, decantándose por uno u otro. O se realiza una lectura mecánica, sin dar lugar a la diversidad de interpretaciones, la pasión y la proyección a la inversa, se reduce la práctica a encuentros fortuitos sin un horizonte de articulación en los territorios.

Entendiendo que “por socialismo se entiende el período de transición entre capitalismo y comunismo” podemos analizar las varias formas en que los Estados socialistas devinieron anti transicionales, fundando un nuevo Estado fagocitando los poderes autónomos e insurgentes, sustituyendo el personal administrativo por uno nuevo, desorganizando lo articulado, distorsionando lo alguna vez proyectado y oprimiendo la otrora alternativa producción de subjetividad de una sociedad distinta. No obstante el considerar estas experiencias únicamente como errores dista de la sensatez que se requiere para la apuesta de construcción actual. Estas nos son sino valiosísimos insumos para el presente. De esta forma, además de subrayar la necesidad de profundizar en la experiencia soviética, y con esto no me refiero a reducirlo por enésima vez a la gestión de la misma en tiempos de Lenin o Stalin, sino seguirla también de forma posterior a estos hasta su declive oficial. Es sustancial romper con el oscurantismo al respecto. El mismo caso con las experiencias cubana y china, citadas en el texto.

La concepción del denominado “sectarismo” toma nuevos ribetes a partir del análisis de los autores de ciertos procesos latinoamericanos. O más que tomar pues siempre los tuvo, se develan. Ya no es sólo una conformación de sectas de curtidos disciplinados militantes, sino que al mismo tiempo se refiere al sostenimiento de un sector (como puede ser la educación popular, ecología, feminismo, sindicalismo, entre muchos otros) a través de un rechazo hacia los otros y sin perspectiva de convergencia en el proceso de lucha, una cuestión que nos compete a todos nosotros, a diferencia del primer caso.

Por Ignacio Andrés Pardo Vásquez

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