Por Ignacio Andrés.
América Leatina desde
Abajo.
Durante el 3, 4 y 5 de marzo se realizó la decimotercera versión del Anata en
el Cerro Blanco. Fueron tres días en donde resonaron las tarkas y las danzas se
sucedieron una tras otra, en los que la alegría se apropió de anfitriones y
asistentes tanto como el juego y la compartición.
Antes de abordar dicha experiencia, es necesario precisar el significado del Anata. Para el Centro Ceremonial Cerro Blanco - Apu Wechuraba, impulsor del mismo, el Anata es una festividad que hace referencia al “tiempo de juego” en un contexto ritual en plena época de Jallu Pacha o lluvias en el Altiplano. Es el tiempo femenino, tiempo de la Phaxsi Mama (Luna) y de la Pacha Mama, ya que la tierra está abierta, fue sembrada y aparecen los primeros frutos y flores.
Todos los ritos están dirigidos a la papa, la quinoa, la arveja y todo lo que esté floreciendo, y en algunos casos se esté cosechando. Se le conoce también como la fiesta o “floreo de la gente”, es el espacio de reproducción social de la comunidad. Son tres días de fiesta en la que aparece la organización espacial y social de los ayllus y en que se representa la adscripción y pertenencia a un grupo de parentesco y comunidad identificada por los antepasados.
La celebración del Anata se hace generalmente en el mes de febrero o comienzos de marzo, cuando las plantas están en pleno florecimiento. Como tiempo ritual, sagrado, se invoca a las divinidades andinas expresadas en cerros y zonas sagradas, los Apus, Achachilas, Uywires, Wakas.1
Por considerarse una época femenina es el momento propicio para la fertilidad de todo ser vivo. Las plantas de la papa florecen, dando a su tiempo el fruto esperado por la comunidad.
En el Anata se manifiesta la relación intrínseca en el mundo andino entre el Jaqi o Runa (persona), la naturaleza y las divinidades. Es un tiempo de renovación. Las relaciones sociales se restablecen, los ahijados visitan a los padrinos, los niños socializan con la comunidad, se realizan alianzas matrimoniales. Es tiempo de encuentro.
El Anata está asociado con el uso de instrumentos como tarkas, moseños y pinkillos. Las danzas ejecutadas están en directa relación con el instrumento. Dentro de los aguayos las personas portan los primeros productos de las chacras, seleccionando los mejores para ser challados, los cuales posibilitan la multiplicación en la cosecha.
En la celebración del Anata es primordial la ch’alla (rociar la tierra o algún elemento con alcohol) y la instalación de mesas ceremoniales en las cuatro esquinas de todo lugar. Este agradecimiento se extiende a todo el conjunto de la naturaleza, animales, casa, bienes. Todo lo circundante al Jaqi o Runa, las herramientas de trabajo, los productos agrícolas, la naturaleza, las cosas, adquieren vida, son seres que comen y beben.
Lanzar agua en Anata está relacionado con la fecundidad de la tierra, en las comunidades se juega con agua y también harina. La Pacha Mama necesita confites para satisfacer su hambre, realizándose mesas ceremoniales dulces. La serpentina y la mixtura son otros elementos fundamentales para esta festividad, simbolizando la continuidad, alegría, unidad y cooperación, pero sobre todo la hoja sagrada de la Mama Coca, la que nos permite relacionarnos con nuestras divinidades.
En algunas comunidades el Anata es representado por una figura masculina llamada Ño Carnavalón o José Domingo Carnavalón, dando cuenta del principio andino de la dualidad, el chacha-warmi (hombre-mujer), siendo el complemento de la Pacha Mama, el abuelo eterno. Su desentierro en el inicio de la fiesta representa el regreso de los antepasados. Es tiempo de fertilidad y hay que despedirlo con alegría.2
Pero hay algo más por exponer. Históricamente, el Anata que se realiza en el Cerro Blanco guarda una estrecha relación con el Anata oriundo del Valle de Azapa (ubicado en la XV región de Arica y Parinacota), desde que a principios de los 70’ agrupaciones de danza aymaras bolivianas junto a familias afro-descendientes organizaran el primer carnaval en dicho valle, que ya en aquel entonces tenía la figura del abuelo carnavalón o «espíritu de los cultivos», una suerte de jornalero o campesino de la zona. Cabe señalar también que estas primeras agrupaciones referirían sus nombres a los pueblos de origen en Bolivia, como es el caso de la agrupación Andino Sajama que alude a la provincia de Sajama, departamento de Oruro.3
Por otra parte, podríamos decir que el abuelo carnavalón, abuelo
carnaval, o también conocido en otros lugares como el Ño carnavalón, visto con
ojos de no creyente, es un mono hecho de paja, madera y otros elementos, con
vestimentas de traje, un vestón y un pantalón de tela muy elegantes. Pero él,
al levantarse de la tierra, es el que da comienzo tanto a los carnavales de los
pueblos del interior de Arica como al del Cerro Blanco. Según la concepción
andina, cada pueblo cuenta con su propio abuelo enterrado en algún cerro
sagrado, debiéndose realizar un ritual en agradecimiento (denominado pawa) al
desenterrarlo, vistiéndolo para los días que siguen de carnaval, y al acabar éste,
enterrarlo nuevamente y permitirle descansar hasta el otro año. Comúnmente una agrupación
denominada «alférez», suele hacerse cargo de la ceremonia de vestimenta para el
abuelo, de comprarle un traje nuevo para este año, así como zapatos, sombrero, camisa,
etc., si es necesario.4
En el caso del Anata del Cerro Blanco - Apu Wechuraba, el
alférez de este año fue la fraternidad Caporales Centralistas San Miguel,
agrupación con más de cuarenta años de trayectoria, que sostuvo durante los
tres días de carnaval las diversas ceremonias, actividades, comidas, bebidas,
higiene y aseo del cerro y centro ceremonial, además de acoger a las más de 500
personas asistentes y manteniendo así el espíritu del carnaval.5 El
próximo año el nuevo alférez deberá desempeñarse en la misma función, sin
esperar nada a cambio, en íntima reciprocidad con las demás agrupaciones, como
ya es marcada tradición.
Todo esto ocurre en un territorio que al estar ubicado en el Valle del Mapocho
y sus cercanías, alberga todo un universo de entidades sagradas que nos
rememoran antiguos parajes donde convivían personas venidas del norte, pueblos
andinos del kollasuyu, y pueblos del sur, mapuche. Lo que hoy se conoce como
Santiago siempre constituyó un espacio intercultural. De hecho, en
las laderas del Cerro Blanco en dirección poniente, se ubica el Qhapaq Ñana (o
camino principal en quechua), el sendero que los pueblos del norte y sur usaban
para cruzar el valle del Mapocho, en donde actualmente se ubica la Avenida
Independencia y la calle Bandera.6
Hoy día, la celebración del Anata es parte de una política latente, en tanto proyecto y necesidad, que da cuenta por entre otros aspectos, de la apremiante necesidad del encuentro entre nuestros círculos de organización, de las muchas veces omitida compartición y alegría en nuestras relaciones, concíbanse estas políticas o no. Un valeroso programa que a través de la rigurosidad que conlleva el constante levantamiento de actividades, se consolida y defiende ante el hostigamiento de las instituciones de la vieja política y la ascendente represión hacia las comunidades.
No hay duda que en un país como el nuestro, convertido ya desde hace décadas en un laboratorio del neoliberalismo, la cultura constituye una aguda problemática en donde cada pormenor, dicho sea de paso, puede tornarse crucial. Es cuestión de entrever como ésta se desarrolla en el actual conflicto del Centro Ceremonial Cerro Blanco - Apu Wechuraba. Desde la hora en que sale el sol hasta que éste se pone, son fácilmente distinguibles dos culturas.
Por una parte, una cultura «desde arriba», que en el caso
que nos ocupa, se muestra estática, incapaz de romper con el paternalismo y las
concepciones de identidad dominantes, impuestas con sangre, tristeza y olvido,
como lo son la nación o inclusive la de raza, cuya autenticidad ha sido
reducida a certificados provistos por la misma República que desde su
conformación, no ha hecho más que reprimir las comunidades indígenas. Vemos ahí
el hecho trágico de que, como antaño, la política se antepone a la cultura —traducido
esto en la maquinación partidista que amenaza la gestión del cerro—, proliferando
así la indiferencia, la ambición y la traición en las relaciones humanas.
Por otra parte, en paralelo se robustece una cultura «desde
abajo», que al ser dinámica se reinventa una y otra vez, aunándose de forma
comunitaria, a partir del encuentro, del sentir, haciendo de este un
catalizador ante las amarguras del día a día. Cultura que en el caso que nos convoca,
inspiró tanto a quienes de manera eventual tocaron, bailaron o de alguna u otra
fueron parte del Anata, como es parte de quienes desde hace dieciséis años han
sido parte íntegra de la construcción a pulso y se han esfuerzan día a día en
la manutención del Centro Ceremonial Cerro Blanco - Apu Wechuraba. En este caso
se difícil distinguir el divorcio entre cultura y política o siquiera establecer un
orden «táctico» entre ambas.
Con este telón de fondo, el CONACIN o Coordinadora Nacional
Indianista se ha situado en el desarrollo y fomento de la cultura desde abajo, potenciando
así no sólo la ancestral condición de punto de encuentro del Cerro Blanco, sino
que hoy al mismo tiempo, la de resistencia.
De allí que a cuatro días de finalizado el Anata, el jueves
9 de marzo, fuese realizada la Mesa Indianista en la Aldea de La Paz del centro
ceremonial, jornada en donde asistieron más de 100 personas, muchas en
representación de diversas agrupaciones de danza, con el fin de hacer converger
las formas de lucha en la restitución del comodato.
Del mismo modo, este jueves 16 de marzo se realizará una
asamblea abierta a las 19:00 hrs. en la Aldea de La Paz del Centro Ceremonial
del Apu Wechuraba, en donde han sido convocada a participar la Mesa Indígena de
Recoleta, siendo este encuentro propicio para el diálogo entre los diversos
actores involucrados, así como otra oportunidad para la colaboración de quienes
de algún modo son conscientes del conflicto y la importancia en la defensa de las
culturas desde abajo.
Abuelo carnavalón del Anata 2017 |
Notas.
1. Apu es el título de honor que significa 'Señor' y que se
da en especial a los Achachilas y también al Dios cristiano.
Los Achachilas, junto con la Pachamama, constituyen la
categoría más importante. Son los grandes protectores del pueblo aymara y de
cada comunidad local. Como las montañas y los cerros, que son sus moradas,
abrigan al hombre. Existe una relación filial entre los aymaras y los
Achachilas, porque estos últimos son los espíritus de los antepasados remotos,
que siguen permaneciendo cerca de sus pueblos. Supervisando la vida de los
suyos, comparten sus sufrimientos y sus penas, y les colman con sus
bendiciones. Los hombres les pagan por todo esto respetándoles y ofreciéndoles
oraciones y ofrendas. Existen varias clases de Achachilas. Una primera clase la
forman los Achachilas grandes, generalmente identificados con las más altas
montañas de las cordilleras andinas, como por ejemplo el Illampu, el Illimani y
el Sajama. Éstos son los protectores de todo el pueblo aymara y de todo el
territorio ocupado por éste. Una segunda clase la forman los Achachilas, que
son identificados con los cerros que rodean las comunidades; éstos son los
espíritus protectores de las comunidades locales: así, cada comunidad tiene sus
propios Achachilas.
Los Uywires (o uywiri) son los espíritus protectores locales,
en especial del hogar y del ganado. Son también el nombre genérico para los
distintos lugares sagrados que se encuentran dentro de los límites de una
comunidad. Estos lugares son considerados como protectores de los habitantes,
de los cultivos y del ganado.
El Waka es un espíritu protector de menor categoría. Su
fuerza está presente en determinadas piedras que son respetadas por los
campesinos. Los misioneros de la época colonial usaban la palabra waka para
todos los seres sobrehumanos de los aymaras y sus representaciones.
Fuente: "Glosario", de Hans van den Berg, 2005. Disponible en http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2077-33232005000100010
Fuente: "Glosario", de Hans van den Berg, 2005. Disponible en http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2077-33232005000100010
2. Transcripción directa del cartel puesto a la entrada del Centro Ceremonial, que explica según quienes componen éste mismo el significado del Anata.
3. "Carnaval Andino en la ciudad de Arica: Performance en la
frontera norte chilena", de Andrea Chamorro, 2013. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-10432013000100004/
4. "Época de carnaval: celebrando el mundo Aymara y derribando estereotipos en nuestras culturas ancestrales", de Paula Jorquera, 2017. Disponible en: http://www.elmostrador.cl/braga/2017/02/26/epoca-de-carnaval-celebrando-el-mundo-aymara-y-derribando-estereotipos-en-nuestras-culturas-ancestrales/
5. Fuente: Somos Cerro Blanco
6. Santiago Jacha Marka: Danzas, cosmovisión, festividades y
acción política en el espacio urbano. Compañía de Investigación y Danzas
Andinas Taypi Aru. Editorial Quimantú, 2011.
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